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161
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1.47M
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---|---|---|---|---|
Hartzenbusch,Juan_Eugenio | <XXI | La_Tarde_Va_De_Vencida | La tarde va de vencida,
Sin viento se agita el mar,
Y el sol entre nubes de oro
Desciende con prisa ya.
Parece que arroja el día,
Cansado de caminar,
Su rojo escudo a las olas,
Que húmedo lecho le dan.
Toman desde lejos ellas
Carrera para asaltar
Escollos, que sobre el agua
La frente elevan audaz.
Embravecidas embisten,
Y vuelven gimiendo atrás,
Y salta del golpe al aire
Rota en lluvia la mitad.
Avanzan otras, que quieren
Las orillas inundar:
Igual confianza loca
Lleva desengaño igual.
Orgullosas amenazan,
Cuando lejanas están,
Creyéndose con empuje
Sobrado para llegar.
Pierde bulto a cada giro
El arrollado cristal,
Y en hoja líquida leve
Se desdobla al acabar.
Retrocede, presumiendo
Volver con mayor caudal,
Y cada vez que lo intenta,
Ve la margen más allá.
Espumas escalonadas
Quedan por el arenal,
Que atestiguan de su empeño
La burlada vanidad.
Puso a la naturaleza
El Ser que siempre será
Leyes de límite fijo,
Que es imposible pasar.
Esto vio y esto pensaba,
Melancólico además,
Un viajero de la vida
Con poca ya que viajar.
Asiento le da un peñón,
Carcomido por la edad,
Socavado por las olas,
Que le minan sin cesar.
Al sol, que del horizonte
Pronto desparecerá,
Contempla en su brillo escaso,
Que deja el disco mirar.
La fuerza del mar contempla.
Y nota que es incapaz
De extenderse más adentro
Del humilde valladar.
Limitación, decadencia,
Término fijo fatal,
En el mar ve y en la roca
Y en el grande luminar;
Y en sí, criatura débil,
Quisiera no ver jamás
El forzoso cumplimiento
De la ley universal.
«El hombre (exclamó) se encuentra
En el campo de la vida,
Sin saber a su venida
Con qué condiciones entra.
Mudo en sí se reconcentra
El día que ve llevar
Un cadáver a enterrar,
Y voz funesta le advierte
Que en aquello, que es la muerte,
Cuanto vive ha de parar.
«Conozco sobrado bien,
Si atento al origen subo,
Que lo que principio tuvo,
Fin debe aguardar también
Mas ¿por qué nevar la sien
Que rizos de oro ha lucido?
¿Por qué torpe y dolorido
Volver el añoso brazo?
Muriera el vicio a su plazo,
Sin morir envejecido.
«Suframos que la vejez
Luche con el cuerpo y venza;
Pierda la dorada trenza
Venus y la fresca tez;
Mas, con el rostro a la vez,
¿Por qué el alma se ha de ajar?
¿Por qué el tesoro agotar
De sus nobles facultades,
Cuando alcanza eternidades
La carrera que ha de andar?
«Lleve el hombre su razón
Hasta la tumba; conserve
Llama el fuego con que hierve
Su vaga imaginación;
Su memoria en la ocasión
Dígale siempre «heme aquí;»
Mande yo en mi ser, y, así
Mi fin me hallará resuelto,
Aunque la edad me haya vuelto
Caricatura de mí.
«Mudanza tan lastimera
No a todos nos es común:
Ver quiero si soy aún
Lo que ha pocos años era.
Pensamientos, la frontera
Cruzad al vuelo, y decid
En Toledo y en Madrid
A dos que el sepulcro habitan:
«Fe y valor os resucitan,
Segunda vez existid.»
«Fuiste, Isabel, por tu mal,
Hija y víctima de amor;
Tú, Juana, el timbre mayor
Del estado conyugal.
Heroína sin igual,
Salvaste al esposo infiel:
Cuchillo amagó cruel
Por una dama su vida,
Y tú, consorte ofendida
Te echaste grillos por él.
«Fiadme, Isabel y Juana,
Vuestros gozos y amarguras;
Vuestras hermosas figuras
Ponga yo en la escena hispana.
Ciña mi cabeza cana
Un laurel vuestro, y en pos
A las Musas el adiós
Postrero daré sin pena:
Cierre para mí la escena
Una de vosotras dos.»
Calló el poeta: la noche,
Para su giro triunfal,
Adelantaba en Oriente
Su alfombra de obscuridad.
Niebla cayó de la altura,
Niebla se alzó de la mar,
Y envuelto el viajero en ella,
Dónde se halla ve no más.
Un globo de luz en frente
Comenzó luego a brillar,
Y a crecer entre la niebla,
Rompiendo su densidad.
Iris vario en anchas zonas
Orlábale circular;
Dos sombras volaban dentro,
De figura celestial.
Velo y hábito la una
Vestía con majestad:
Era una hermana del Rey,
Primer en Castilla Juan.
La segunda era la esposa
De aquel privado falaz,
Que la patria de Lanuza
No recuerda sin pesar.
Cadenas llevaba y luto;
Y, para bien de un mortal,
Infanta y matrona vienen
Del mundo de la verdad.
DOÑA ISABEL
«Años ha que me llamaste,
Y años que, llegando a ti:
De mi pecho, que te abrí,
La pura fe celebraste.
Aquél a tu afán le baste,
Canto ajeno de ambición:
No viene una inspiración
Dos veces; y, aunque lo llores,
Pasó de cantar amores
Ya para ti la sazón.»
Dijo, y en la niebla fría
Desapareció fugaz
La ilustre infeliz amante
De Gonzalo de Guzmán.
DOÑA JUANA COELLO
«Temiste, años ha, cobarde,
Mi aparición generosa;
Y hoy, que llamas a mi losa,
Turbas mi sosiego tarde.
Para otro es bien que se guarde,
Cantor de más corazón,
Poner mi vida en acción
Sobre las tablas un día:
Comprende la alegoría
De la muerte de Milón.»
Dijo, y en la turbia esfera
Se desvaneció fugaz
La sublime salvadora
Del cónyuge criminal.
Ancho hueco al partir abrió en la nube
La encarcelada heróica,
Y a mis ojos por él se descubrieron,
Los campos de Crotona.
Aquel membrudo, que a la selva guía
La planta perezosa,
Es el fuerte Milón, atleta viejo,
Pasmo de Grecia toda.
Cuando en cerviz de toro la cerrada
Mano exterminadora
Descargaba Milón, la res caía
Muerta, la nuca rota.
Mástil robusto quebrantar le vieron
Barqueros de la costa;
Rodó movida del potente brazo,
La corpulenta roca.
Del tiempo ya la inevitable carga
Los hombros hoy le agobia;
Garra su mano de sañuda fiera,
Muévesele temblona.
Un árbol halla, que aun ayer ufano
Mecía su alta copa,
Y a talla le redujo de pigmeo
La sierra mordedora.
Fuerte segur al derribado tronco
Robó su verde pompa,
Y en el corte del pie de frente hiriendo,
Hizo hendidura angosta.
Rajar el tronco por el hacha herido
Milón a empeño toma:
Los dedos logra hincar, el leño cruje,
La grieta se prolonga;
Y porfía Milón en el destrozo
De la columna tosca;
Y, joven en el ánimo el atleta,
Son ya sus fuerzas otras.
Cede un instante...—y al cerrarse el tronco
Para cobrar su forma,
Coge las manos del valiente dentro
La despiadada boca.
Al grito del dolor, honda caverna
León hambriento arroja,
Y a la presa lanzándose cautiva,
Rugiendo la devora.
Con el ay del moribundo,
Con el rugir de la fiera,
Se unió el rayo que en la esfera
Serpenteó furibundo.
A la luz que vino a dar,
El negro peñón dejé,
Que temblaba por el pie
Con los golpes de la mar.
Y dije con aflicción,
Abatiendo la cabeza:
«Me da la naturaleza,
Me da el cielo alta lección.
»Tentativa era insensata
La mía, según contemplo,
Enseñado en el ejemplo
Del anciano crotoniata.
»Nunca el débil más allá
De cautos límites ande:
Un esfuerzo suyo grande
Mezquino y vano será;
»Y cuando ruda tenaza
Sus flacas manos oprima,
Verá lanzársele encima
Fiera que le despedaza,
»Porque necio desoyó
De sus años el aviso,
Y fuerte mostrarse quiso
Donde nadie le obligó.»
No pretendáis obligar
Vosotras, dulces amigas,
A peligrosas fatigas
La mano que os vengo a dar.
Para empresas de mancebo
Ya inútil se experimenta.
Dejadle ajustar mi cuenta
Y hacerme ver lo que debo.
Al impulso del destino
Viajando hacia donde voy
Quiero ir pagando desde hoy
Las deudas de mi camino;
Y dando a todas lugar,
Si logro mi honrado intento,
Manda el agradecimiento
Por vosotras principiar.
Tú abriste, BÁRBARA mía,
Para el obscuro artesano
El alcázar castellano
De Melpómene y Talía.
Sublime intérprete fiel
Tú de la pasión más bella,
Devolviste al mundo aquella
Mártir de amor en Teruel,
Que mintiendo al desdichado
Que supo mejor amar,
Le mató con un pesar,
Y a ella el de haberle dado.
Madrid admiró en su día,
Junto en ruidoso tropel,
Tu firme no de Isabel,
Tu delirio de Mencía:
Si por ellas en verdad
Ganó algún nombre mi Musa,
Yo te debo sin excusa,
Yo te rindo la mitad.
Tú, mi TEODORA, después,
De tu Hermana sucesora,
Tú eres la que fue y ahora
Vida de mis obras es.
Por tu aliento sostenidas,
Fundan en ello blasón:
Pequeñas de ingenio son,
Grandes como agradecidas.
Tus pies queriendo tocar,
Se atropellan a tu puerta
La coronada Heriberta,
La humilde obrera Pilar,
Matilde, predilección
De un César y un docto amantes,
Y la que engendró Cervantes
Y el ángel del Buen Ladrón.
«Vivimos por ti, señora»
(De rodillas te dirán);
«Muertas hijas de Don Juan,
El alma nos da TEODORA.»
Y yo solamente digo,
Mientras tú su frente besas:
«Contigo escudadas esas,
No perecerán conmigo.»
Acecha el tiempo voraz
Mi vida y su dura mide:
La escena ya me despide;
Separémonos en paz.
BÁRBARA... TEODORA... no,
No más ya; las tablas dejo:
Aún vive el amigo viejo;
Pero el poeta murió.
Ya mis ojos el nadir
Por entre la huesa ven...
¡Ay! el amigo también
Se tendrá que despedir. | es |
Figueroa,Francisco_de | <XXI | Soneto_Xxxiv | Hermosos ojos donde amor se anida,
Do sus saetas templa, y donde enciende
Su inmortal hacha; en cuyos tercos tiende
La red, do fue mi libertad prendida:
Si el piadoso licor, que mi herida
Podría curar, de vuestra luz desciende,
Y de veros, o no, solo depende
El hilo de mi larga, o corta vida:
Y habiéndoos de dejar, ¡ay cielo airado!
¡Ay fortuna, a mi bien siempre enemiga!
Me escondo, y voy de vos huyendo ahora;
Es porque del vivir propio apartado
Me alcance aquí la muerte, y no se diga:
Tirsi vivió de Fili ausente una hora. | es |
Bretón_de_los_Herreros,Manuel | <XXI | Mi_Lugar | Cerca del Ebro caudal,
Linde del suelo navarro,
Y no lejos de tu falda,
Frío y estéril Moncayo;
Junto a la vega fecunda
Donde los muros se alzaron
De la inmortal Calahorra,
Patria del gran Quintiliano;
A la sombra de una peña,
Que desafía a los austros,
Se asienta la humilde villa
Do vi mis primeros años.
Quel es su nombre, harto pobre;
Bien que de dones colmado
A alguna ciudad soberbia
Honrar pudiera su campo.
Las claras ondas le bañan
Del fructífero Cidacos,
Cuyas plácidas riberas
Son de Castilla regalo.
Allí viciosa la grama,
De la oveja dulce pasto,
Crece en el valle frondoso
Y en el ameno collado.
Allí entre la mies dorada
Que agita Céfiro blando
La tímida codorniz
Repite su alegre canto.
Allí doquiera que vuele
La parda abeja zumbando,
Mil flores le abren su cáliz
En el monte y en el prado.
Minerva allí sus tesoros,
Allí sus delicias Baco,
Allí su copia Amaltea
Vierte con pródiga mano.
Llorando allí, como todos,
Salí del materno claustro;
Mas la risueña Talía
Me cobijó con su manto.
Dolida de mi orfandad,
Mi escudo ella fue y mi faro
Y mis vigilias premió
Con populares aplausos;
Y me dio, para escarmiento
De pícaros y de fatuos,
Sin la saña de Aristófanes
La férula de Menandro.
Quel
Llorando
risueña | es |
Carriego,Evaristo | <XXI | La_Casa_Amaneció_Triste,_Callada | La casa amaneció triste, callada.
Un aire melancólico se advierte
en los rostros: la pena es resignada.
No se oye reír si se habla fuerte.
Los muchachos faltaron a la escuela,
y desde muy temprano, con incierto
y sombrío fulgor, arde la vela
en la que fuera habitación del muerto.
El recuerdo luctuoso les alcanza
a todos por igual.
Durante el día
unas cuantas visitas de confianza
estuvieron a hacerles compañía:
pero, entrada la noche, los amigos
al fin se despidieron, y la pena
contenida en presencia de testigos
extraños, fue a la hora de la cena
más intensa quizás. No había extraños
y el silencio tornóse doloroso:
sintiéronse molestos, casi huraños,
en ese comedor tan bullicioso
otras veces. Se levantó la mesa
sin las conversaciones de costumbre,
permanecieron largo rato presa
de una serena y vaga pesadumbre
que no turbó una sola frase.
Ahora
charlan de cosas familiares como
en los días tranquilos a la hora
del té. La hermana hojea el primer tomo
de la novela que empezara el jueves,
la abuela reta a alguno y en seguida
de dos o tres observaciones, breves
pero enérgicas, vuelve a su aburrida
soñolencia. La madre escucha y calla,
pensando en el ausente por quien vive
en continua aflicción desde que se halla
tan lejos, el ingrato que no escribe
hace mucho, ni aún de cuando en cuando
En un rincón la huerfanita cose
ajena a cuanto se habla, suspirando
cada vez que el hermano enfermo tose
con esa ronca tos que le sofoca
atrozmente.
Cansadas
de la tarea diaria, que no es poca,
comienzan a sentirse algo pesadas
las hacendosas manos
de la tía soltera que medita,
evocando memorias de lejanos
noviazgos de muchacha, mientras quita
las rojas iniciales de una toalla
recién planchada, al lado
de la lámpara fiel cuya pantalla
amortigua la luz.
Casi acostado
en el sillón el hijo mayor fuma
su tercer cigarrillo
y cerca uno de los chicos suma
de nuevo el resultado de un sencillo
problema de aritmética.
En la suave
paz que envuelve la pieza
viene, a intervalos, el recuerdo grave
a conturbarlos. Reina una tristeza
pensativa.
La charla continúa
como sin ganas, lenta, displicente,
sobre el mal tiempo. Afuera, la garúa
cae en el patio despaciosamente. | es |
Ibarbourou,Juana_de | <XXI | Medianoche_De_La_Ausencia | Amor que te has ido lejos,
amor que ya no me ves,
amor que me has elegido
entre cien;
¡amor que eres mi corona
y mi bien!
Di si tu mejilla guarda
de mi mejilla el calor;
di si por las noches sientes
en sueños mi corazón.
¡Di si me buscas en sueños,
oh, amor!
Acaso una vez me veas
en torno tuyo alentar.
Acaso, sombra pequeña,
pase a tu lado fugaz,
¡acaso ya no me tengas
nunca más!
Si lejos de ti me muero,
si ya no me has de besar,
si he de perderme en la selva
o he de extraviarme en el mar,
¡no mires ya nunca a otra
jamás!
¡Medianoche de la ausencia
herida de soledad!
¡Ay, tu voz y tu palabra!
¡Ay, mi ternura y mi afán!
¡Ay, halcones cazadores
cuando tan lejos te vas!
¡Dile al viento y a la luna,
dile a los hombres y al sol,
dile al polvo y a la lluvia
que soy tu amor!
¡Di a todos los que te escuchan
que tuya soy! | es |
Gerbasi,Vicente | <XXI | Relámpago_Extasiado_Entre_Dos_Noches | Relámpago extasiado entre dos noches,
pez que nada entre nubes vespertinas,
palpitación del brillo, memoria aprisionada,
tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,
sueño frente a la sombra: eso somos.
Por el agua estancada va taciturno el día,
doblegando los juncos hacia barcas de olvido.
El alma silenciosa en las violetas tiembla.
¿No somos un secreto guardado por las horas?
Mirad cómo en el césped de la tarde
la mirada es un brillo de azahares,
cómo se esconde el ser
en el suspiro leve de las frondas.
Algo se cierra siempre en torno a nuestra frente.
El frío de las piedras corre por nuestra sangre.
Un susurrar de nardo desciende por los valles.
Y siempre el hombre solo, bajo el sol y los truenos,
perseguido por voces y látigos y dientes.
El hombre siempre solo, con su mirada, suya,
con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.
El hombre interrogando a sus calladas sombras.
Escucha: yo te llamo desde mis soledades,
desde mis suspirantes comarcas de palmeras,
abiertas a los signos luminosos del cielo.
El viento se te enreda con nieblas siderales,
y te detiene al pie de negros abedules.
Venados de la luna van corriendo
por la antigua memoria,
y en tu silencio caen llamas del corazón. | es |
Florián,Miguel | <XXI | (_Metales_) | Me tiendo gris en los metales
cuando crecen callados en la noche
y se adensan, y recogen los breves
destellos de los astros. Siento
su filo frío que después será mar,
su lamento de hielo y muda carne,
el osario de un dios propicio, enorme
en su tiniebla, un dios que festejamos
en la señal de su venida. Escucha,
estamos en el tiempo del renuevo,
de los juncales cubiertos por rocío,
de la hiedra que escala nuestro lecho,
del animal que nos acecha, inmenso,
detrás de las pupilas, oculto en otra
existencia infranqueable y ciega.
El tiempo lento y turbio de la espora,
de los metales mansos, del mineral
cerrado que sospecha la luz, lava
que persigue la levedad del polvo.
Entonces, desde una estación remota
regresan, entre brumas, las palabras,
narraciones de hadas y de héroes,
de resinas fragantes (el incienso,
la mirra y el benjuí), y de madréporas.
Los insectos describen amplios surcos,
vueltos a lo indecible, y el granito
recupera la voz dura y siniestra
de los astros. Venero en los metales
su permanencia muda, su oscura red
de eternidad, su intacta persistencia
de dureza semejante a la luz,
su fría rigidez cuando en invierno
rozan nuestras mejillas, el triste gris
de su materia inmensa, de su abismo.
Todo se encuentra atento a la llegada
de una voz, de un dios o de un incendio.
Y la sangre del hombre perseguida
en su país de níquel, vigilante
desde dentro del sueño, abandonada
a la quietud, aguardando otro ver,
un despertar distinto, otras pupilas
de facetas omnívoras, un nuevo
respirar... (Los círculos voraces,
la persistencia cerrada de los nombres.)
Esperan mirar de nuevo el mundo.
Comprendo a los metales, comparto su destino
tan parecido al mío, su existencia sin mácula.
(Toco su corazón, su savia detenida
cuando logra la forma del crepúsculo.)
Cristales indefensos que se quiebran
bajo la luz del alba, (tantos siglos
gestándose, poblados de simientes).
Me agrada abandonarme a ellos, acariciarlos
apretando mi mano contra su piel exacta,
en su luz de reflejos, de semillas y aristas.
Metal que es tiempo denso y generoso,
agua limpia para la sed del hombre. | es |
Cernuda,Luis | <XXI | El_Viento_Y_El_Alma | Con tal vehemencia el viento
viene del mar, que sus sones
elementales contagian
el silencio de la noche.
Solo en tu cama le escuchas
insistente en los cristales
tocar, llorando y llamando
como perdido sin nadie.
Mas no es él quien en desvelo
te tiene, sino otra fuerza
de que tu cuerpo es hoy cárcel,
fue viento libre, y recuerda.
Solo en tu cama le escuchas
insistente en los cristales
tocar, llorando y llamando
como perdido sin nadie.
Mas no es él quien en desvelo
te tiene, sino otra fuerza
de que tu cuerpo es hoy cárcel,
fue viento libre, y recuerda.
Mas no es él quien en desvelo
te tiene, sino otra fuerza
de que tu cuerpo es hoy cárcel,
fue viento libre, y recuerda. | es |
Herrera,Fernando_de | <XXI | Como_En_La_Cumbre_Ecelsa_De_Mimante | Como en la cumbre ecelsa de Mimante,
do en eterna prisión arde y procura
alzar la frente airada y guerra oscura
mover de nuevo al cielo el gran gigante,
se nota de las nubes, que delante
vuelan y encima en hórrida figura,
la calidad de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante,
así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.
se nota de las nubes, que delante
vuelan y encima en hórrida figura,
la calidad de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante,
así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.
así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho. | es |
Vega,Lope_Félix_de | <XXI | Quien_Supiere,_Señores,_De_Un_Pasante | Quien supiere, señores, de un pasante
que de Juana a esta parte anda perdido,
duro de cama y roto de vestido,
que en lo demás es blando como un guante;
de cejas mal poblado, y de elefante
de teta la nariz, de ojos dormido,
despejado de boca y mal ceñido,
Nerón de sí, de su fortuna Atlante;
el que del dicho Bártulo supiere
por las señas extrínsecas que digo,
vuélvale al dueño y el hallazgo espere;
mas ¿qué sirven las señas que prosigo?;
si no le quiere el dueño, ni él se quiere,
tan bien está con él, tan mal consigo.
de cejas mal poblado, y de elefante
de teta la nariz, de ojos dormido,
despejado de boca y mal ceñido,
Nerón de sí, de su fortuna Atlante;
el que del dicho Bártulo supiere
por las señas extrínsecas que digo,
vuélvale al dueño y el hallazgo espere;
mas ¿qué sirven las señas que prosigo?;
si no le quiere el dueño, ni él se quiere,
tan bien está con él, tan mal consigo.
el que del dicho Bártulo supiere
por las señas extrínsecas que digo,
vuélvale al dueño y el hallazgo espere;
mas ¿qué sirven las señas que prosigo?;
si no le quiere el dueño, ni él se quiere,
tan bien está con él, tan mal consigo.
mas ¿qué sirven las señas que prosigo?;
si no le quiere el dueño, ni él se quiere,
tan bien está con él, tan mal consigo. | es |
Quevedo,Francisco | <XXI | Moralidad_Útil_Contra_Los_Que_Hacen_Adorno_Propio_De_La_Ajena_Desnudez | Desabrigan en altos Monumentos
Cenizas generosas, por crecerte;
Y altas ruinas, de que te haces fuerte,
Más te son amenaza que cimientos.
De venganzas del Tiempo, de escarmientos,
De olvidos y desprecios de la Muerte,
De túmulo funesto, osas hacerte
Árbitro de los Mares y los Vientos.
Recuerdos y no Alcázares fabricas;
Otro vendrá después que de sus torres
Alce en tus huesos fábricas más ricas.
De ajenas desnudeces te socorres,
Y procesos de mármol multiplicas;
Temo que con tu llanto el suyo borres.
De venganzas del Tiempo, de escarmientos,
De olvidos y desprecios de la Muerte,
De túmulo funesto, osas hacerte
Árbitro de los Mares y los Vientos.
Recuerdos y no Alcázares fabricas;
Otro vendrá después que de sus torres
Alce en tus huesos fábricas más ricas.
De ajenas desnudeces te socorres,
Y procesos de mármol multiplicas;
Temo que con tu llanto el suyo borres.
Recuerdos y no Alcázares fabricas;
Otro vendrá después que de sus torres
Alce en tus huesos fábricas más ricas.
De ajenas desnudeces te socorres,
Y procesos de mármol multiplicas;
Temo que con tu llanto el suyo borres.
De ajenas desnudeces te socorres,
Y procesos de mármol multiplicas;
Temo que con tu llanto el suyo borres. | es |
Rasch_Isla,Miguel | <XXI | Semejanza | Estoy amando en ella un parecido:
su parecido ilustre con aquella
cuyo armonioso cuerpo de doncella
es el altar fragante de Cupido.
Parecido tan fiel y tan cumplido,
que no sé de las dos cuál es más bella:
la de los ojos de lucero adormecido
o la de ojos nostálgicos de estrella.
Manos, boca, nariz, sienes, cabello,
son lo mismo en la dos sin que en ninguna
haya un rasgo inferior ni otro más bello.
Semejanza tan grande que me abisma
y que háceme sentir, si pienso en una
y luego en otra, que pensé en la misma. | es |
Pérez,Diego | XXI | Tu_Nombre_Es_El_Prefijo_De_La_Ausencia | Tu nombre es el prefijo de la ausencia,
dos sílabas hermosas y dolientes,
forjadas por los hados inclementes,
que hicieron de tu nombre una advertencia.
Así desde tu cuna la sentencia,
como un rumor de trágicas simientes,
se alzaba a contemplar las diferentes
caricias de mi amor de adolescencia.
La noche se me adentra como un clavo
herrumbroso de amargas soledades,
pensando en como el tiempo te desgrana.
Y yo, que en ti empecé, sin ti me acabo,
perdido en el dolor de mis verdades:
Vivir sin ti es morir cada mañana. | es |
González,Ángel | <XXI | Yo_Lo_Noto:_Cómo_Me_Voy_Volviendo | Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho. | es |
Gutiérrez_Albelo,Emeterio | <XXI | La_Flor_De_La_Trebina | Ay, la flor de la trebina
sobre el campo está haciendo,
en un nevar apacible,
luminoso, amarillento...
Ay, la flor de la trebina
sobre el campo se está abriendo,
y brilla al sol en mil chorros
de monedas de oro viejo.
Todo el campo verde sangra
con amarillos regueros;
el campo jugoso y húmedo,
el campo de terciopelo...
Ay, la flor de la trebina,
novia de este día bueno.
Yo te corté en el camino,
estrella de cinco pétalos.
Yo te clavé en mi solapa,
estrofa de cinco versos.
Y después seguí cantando
por las vueltas del sendero,
sobre la paz campesina,
bajo el azul de los cielos...
--Haz, Señor, que siempre sean
de oro mis pensamientos,
como esta flor luminosa
que sobre el campo se ha abierto. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Cuando_Yo_Sea_Viejo | Cuando yo sea viejo,
—desde ahora os lo digo—
no sentiré mis cantos, estos cantos,
ni serán a mi oído
más que voces de un muerto
aun siendo de los muertos el más mío.
Pero entonces pondré, de esto no dudo,
más esforzado ahínco
en quedarme con ellos, y su llave
para uso reservármela exclusivo.
Y acaso pensaré —¡todo es posible!—
en publicar un libro
en que punto por punto se os declare
cual es su verdadero contenido.
Cuando yo sea viejo
renegaré del alma que ahora vivo
al querer conservarla como propia
y no comprenderé ni aun a mis hijos.
Y a vosotros entonces
—me refiero a vosotros, no nacidos
en mayoría acaso,
los que busquéis a esta mi voz sentido—
me volveré diciendo: «No, no es eso,
el cantor nunca quiso
semejantes simplezas dar al canto,
fue muy otro su tiro;
no le entendéis, él era
de un espíritu al vuestro muy distinto!».
Y vosotros muy dentro del respeto
—que no me le neguéis es lo que os pido—
debéis firmes decirme:
«Todo eso está muy bien, buen viejecito,
pero es que estos sus cantos,
cantos a pecho herido,
son de su edad de voz y esa es la nuestra,
son de otro que en su cuerpo fue vecino,
y hoy más nuestros que suyos!»
Y entonces yo, hecho un basilisco,
con senil impaciencia revolviéndome
os habré de decir: «¿Habrase visto
petulancia mayor, sandez más grande,
pretender estos niños
comprender de unos cantos
mejor que no el cantor cual el sentido?
¿Mejor que no él sabrán los badulaques
qué es lo que decir quiso?»
Mas no os inmutéis, sino decidme:
«¿Quién es él?, en buen juicio,
¿quién es él?, ¿dónde está?, ¿cómo se llama?»
Y os diré yo mirándoos de hito en hito:
«¿Es que de mí se burlan los mocosos?
¿Pretenderán acaso estos chiquillos
pobres de juicio y hartos de osadía
negarme lo que es mío?»
«¿Suyo? —diréis—, no!, del que fue un tiempo
y hoy le es extraño ya, casi enemigo;
al dejárnoslo aquí, en estos cantos,
de él se desprendió, y aquí está
vivo...»
Y yo protestaré, cual si lo viera,
pero estará bien dicho.
El alma que aquí dejo
un día para mí se irá al abismo;
no sentiré mis cantos;
recogeréis vosotros su sentido.
Descubriréis en ellos
lo que yo por mi parte ni adivino,
ni aun ahora que me brotan;
veréis lo que no he visto
en mis propias visiones;
donde yo he puesto blanco veréis negro,
donde rojo pinté, será amarillo.
Y si ello así no fuera,
si estos mis cantos —¡pobres cantos míos!—
jamás han de decir a mis hermanos
si no esto que me dicen a mí mismo,
entonces con justicia
irán a dar rodando en el olvido.
Por ahora, mis jóvenes,
aquí os lo dejo escrito,
y si un día os negare
argüid contra mí conmigo mismo,
pues os declaro
—y creo saber bien lo que me digo—
que cuando llegue a viejo,
de este que ahora me soy y me respiro,
sabrán, cierto, los jóvenes de entonces
más que yo si a este yo me sobrevivo. | es |
Morales_Rojas,Juan | XXI | Tienes_La_Hidalga_Sobriedad_Hispana | Tienes la hidalga sobriedad hispana,
Amores hondos, vinos bien curados,
La palabra y el gesto fiel, pesados
Antes de hablar...¡por algo eres romana!
Arabia por gentil, te ha hecho Sultana
De un Occidente que has iluminado.
Los plateros, de aquel cielo estrellado
Copiaron su más pura filigrana.
San Rafael vigila en las alturas...
Hasta el Guadalquivir llegan las puras
Auras de sierra convertida en flor.
Y en la soledad de siglos abrumada,
Córdoba duerme y sueña, esperanzada,
Con la vuelta de algún conquistador.
Arabia por gentil, te ha hecho Sultana
De un Occidente que has iluminado.
Los plateros, de aquel cielo estrellado
Copiaron su más pura filigrana.
San Rafael vigila en las alturas...
Hasta el Guadalquivir llegan las puras
Auras de sierra convertida en flor.
Y en la soledad de siglos abrumada,
Córdoba duerme y sueña, esperanzada,
Con la vuelta de algún conquistador.
San Rafael vigila en las alturas...
Hasta el Guadalquivir llegan las puras
Auras de sierra convertida en flor.
Y en la soledad de siglos abrumada,
Córdoba duerme y sueña, esperanzada,
Con la vuelta de algún conquistador.
Y en la soledad de siglos abrumada,
Córdoba duerme y sueña, esperanzada,
Con la vuelta de algún conquistador. | es |
Machado,Antonio | <XXI | Dicen_Que_El_Ave_Divina | Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía,
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón,
y volar
otra vez, hacia Platón.
¡Hurra! ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea! | es |
Martínez_de_la_Rosa,Francisco | <XXI | La_Aparición_De_Venus | De pompa ceñida bajó del Olimpo
La Diosaque en fuego mi pecho encendió;
Sus ojos azules de azul de los cielos,
Su rubio cabello de rayos del sol:
Al labio y mejilla carmín dio la aurora;
Dio el alba a la frente su blando color;
Y al pecho de nieve su brillo argentado
La Cándida senda que Juno formó.
En trono de nácar la luna de agosto,
El iris en mayo tras nube veloz,
Y en fértil otoño la lluvia primera,
Tan gratas al alma, tan dulces no son.
No tanto me asombra del mar el bramido,
De horrísonos truenos el ronco fragor,
Y el rayo rasgando la cóncava nube,
Cual temo sus iras, su adusto rigor...
Mas ¡ay! que los vientos ya baten las alas;
Ya el carro de nubes apresta el Amor;
Ya Céfiro riza la pluma a los cisnes;
Y en coro levantan las Gracias su voz:
Cual rápida estrella que cruza los aires,
Cual fúlgida aurora que el polo alumbró,
Fugaz desparece la plácida Diosa;
Y el orbe se cubre de luto y dolor. | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Paraíso_Perdido | Fui en esa casa el hijo bienamado.
Cuando los otros niños se alejaban
a cazar mariposas en el bosque,
yo quedaba en silencio, paralítico,
cual otra mariposa aprisionada
bajo la intimidad de una alacena.
Viví a la orilla del sepulcro, oyendo
devorarse a sí misinos los gusanos,
y adquirí desde entonces un sentido
larval de la existencia y de las cosas.
Al que la muerte besa desde niño,
será siempre un cadáver transeúnte.
Mi padre me acunaba y me decía:
¿cuándo vas a volar, hijo del aire?
Y al fin abrí las alas dolorosas.
Hoy tengo setenta años. Ya no existe
mi padre; y en la casa, único huésped,
el frío lastimero la transita.
Mas he vuelto y clamado: soy el águila
que retorna a morir donde naciera.
Estos muros son míos. Estas ruinas
por derecho natal me pertenecen.
Mi padre me las dio en su testamento,
y a la vez un turpial y un gallo mudo.
Yo soy el albañil de estas paredes
y el mezclador de cal y el hortelano.
Y quise entrar, sentarme en esos quicios,
comer lo que sobrara de esas frutas
y restaurar las duelas amarillas.
Mas un ángel nocturno v silencioso,
bajo la faz de un perro amenazante,
desnudó las espadas de sus dientes
y me negó la entrada al paraíso. | es |
Buesa,José_Ángel | <XXI | Como_Un_Verde_Tentáculo_Que_Se_Alarga_De_Sed | Como un verde tentáculo que se alarga de sed,
la alegre enredadera crece por la pared.
Su verdor va envolviendo cuando encuentra de paso
y el retoño del alba ya es rama en el ocaso.
No lo contiene nada. Y así crece, florida
imagen del amor cuando llena una vida.
Y creciendo y creciendo florece sobre el muro,
y es fugaz primavera y otoño prematuro.
Porque esa enredadera verde mente lozana,
nació ayer y hoy florece para morir mañana.
Imagen del amor alocado y ardiente
que por crecer tan pronto se secó prontamente.
Oh amor, ven poco a poco ¡Mira que no quisiera
que pudieras secarte como una enredadera! | es |
Diego,Eliseo | <XXI | En_Paz | El gato duerme en la cocina
mientras la lluvia corre afuera.
Cien y mil años de penumbra.
La tarde solo un soplo afuera.
El gato duerme desde cuándo,
la lluvia es otra y otra, afuera.
El gato en paz, en paz el sueño,
y el agua hacia la mar
afuera. | es |
Villacañas,Beatriz | XXI | La_Soledad_Se_Ajusta_Al_Gozo, | La soledad se ajusta al gozo,
el cuerpo a la sustancia,
el aire a la respiración y al contenido,
la voluntad a la costumbre
y la vida a la muerte de sí misma. | es |
Ouro_Agromartín,Mª_Dolores | XXI | Peregrino_Sin_Destino | Peregrino sin destino,
viajero cansado sin camino,
cargado de pecado,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Sediento sin ser saciado,
cansado sin hallar descanso,
hastiado del placer mundano,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Los ojos fijos en el vacío,
el rostro viejo y desgastado,
tu ser entero temblando,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Yo soy brújula en tu camino,
yo soy tu anhelado destino,
yo soy el agua de tu río,
yo soy el buscado reposo,
yo soy el liberador del pecado,
yo colmo tu sueño más anhelado,
yo lleno tu vacío, yo estoy siempre a tu lado
como amigo, como padre, como esposo,
¿Quieres seguir a mi lado?
Peregrino sin destino,
desterrado, cansado, agobiado,
yo te amo
y deseo cenar contigo
¿Quieres seguir a mi lado?
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado.
Sediento sin ser saciado,
cansado sin hallar descanso,
hastiado del placer mundano,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Los ojos fijos en el vacío,
el rostro viejo y desgastado,
tu ser entero temblando,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Yo soy brújula en tu camino,
yo soy tu anhelado destino,
yo soy el agua de tu río,
yo soy el buscado reposo,
yo soy el liberador del pecado,
yo colmo tu sueño más anhelado,
yo lleno tu vacío, yo estoy siempre a tu lado
como amigo, como padre, como esposo,
¿Quieres seguir a mi lado?
Peregrino sin destino,
desterrado, cansado, agobiado,
yo te amo
y deseo cenar contigo
¿Quieres seguir a mi lado?
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado.
Los ojos fijos en el vacío,
el rostro viejo y desgastado,
tu ser entero temblando,
¿Adónde vas lejos de mi lado?
Yo soy brújula en tu camino,
yo soy tu anhelado destino,
yo soy el agua de tu río,
yo soy el buscado reposo,
yo soy el liberador del pecado,
yo colmo tu sueño más anhelado,
yo lleno tu vacío, yo estoy siempre a tu lado
como amigo, como padre, como esposo,
¿Quieres seguir a mi lado?
Peregrino sin destino,
desterrado, cansado, agobiado,
yo te amo
y deseo cenar contigo
¿Quieres seguir a mi lado?
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado.
Yo soy brújula en tu camino,
yo soy tu anhelado destino,
yo soy el agua de tu río,
yo soy el buscado reposo,
yo soy el liberador del pecado,
yo colmo tu sueño más anhelado,
yo lleno tu vacío, yo estoy siempre a tu lado
como amigo, como padre, como esposo,
¿Quieres seguir a mi lado?
Peregrino sin destino,
desterrado, cansado, agobiado,
yo te amo
y deseo cenar contigo
¿Quieres seguir a mi lado?
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado.
Peregrino sin destino,
desterrado, cansado, agobiado,
yo te amo
y deseo cenar contigo
¿Quieres seguir a mi lado?
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado.
No olvides, mi amigo,
que siempre puedes contar conmigo,
que siempre te llevo en mis brazos
y en la marca de mis clavos
está tu nombre grabado. | es |
Al_Haded,Alí | XXI | Soneto_Para_Mi_Amada_(Nina_De_L´Amore) | Con un beso tú me das otra vida
y por un beso te cedo mi amor
y en cada amanecer habrá un color
tornándote mi bella flor querida.
Tus labios rozarán mi lengua hervida
y los suspiros del alma mi ardor;
será una noche con ritmo y sabor
y nuestra pasión como una estampida.
¿qué los angeles cerrarán los ojos?
¡ya, lo sé! y no me importa, ¡mujer mía!
seremos tú y yo tal vez dos abrojos.
¿qué la luna sonreirá casi pía
y la noche burlará los cerrojos?
¡ya no importa mi sol! ¡tú eres mi guía!
Tus labios rozarán mi lengua hervida
y los suspiros del alma mi ardor;
será una noche con ritmo y sabor
y nuestra pasión como una estampida.
¿qué los angeles cerrarán los ojos?
¡ya, lo sé! y no me importa, ¡mujer mía!
seremos tú y yo tal vez dos abrojos.
¿qué la luna sonreirá casi pía
y la noche burlará los cerrojos?
¡ya no importa mi sol! ¡tú eres mi guía!
¿qué los angeles cerrarán los ojos?
¡ya, lo sé! y no me importa, ¡mujer mía!
seremos tú y yo tal vez dos abrojos.
¿qué la luna sonreirá casi pía
y la noche burlará los cerrojos?
¡ya no importa mi sol! ¡tú eres mi guía!
¿qué la luna sonreirá casi pía
y la noche burlará los cerrojos?
¡ya no importa mi sol! ¡tú eres mi guía! | es |
Cañizal,Luis | <XXI | Periódico | No quiero ver más fotos de estropicios de guerra,
sino, a lo sumo, lo que les ha hecho el temporal
a los troncos de pino:
mandarlos crecer en bucle,
dejarlos astillados hasta media cepa
para que giman cautelosamente al acercarme
y pueda yo mecerme sobre tal cautela;
descuajarlos para que aromen a tierra humanitaria;
tronchar un fuste para que perfume
en forma de cabeza tonsurada,
un olor hemisférico a trasquileo humano.
En vez de ramas, sus sombras con que ceñir la carretera
para que vaya pulsando humanamente hacia lo lejos.
Contar la mitología metamórfica
del raigón de pino que era torso humano
y confundido fue por la divinidad
en escamosa grupa de marino monstruo
que ladraba a los pinos.
(Acabado el relato,
sueltan todos a una la leyenda
—dígase cabellera—
y me sellan el juicio largamente
con bufanda de ovas. Inefable.) | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Invocación_A_Herakles | ¡Herakles, ven! ¡El mundo necesita
de tu vigor! ¡El mundo languidece!
¡Ya no tenemos majestad y crece
la furia de los átomos, maldita!
¡Herakles defensor: ven a la cita
que te damos los muertos! ¡Aparece
con tu maza de roble, y engrandece
la libertad y las cadenas quita!
Y el semidiós de la cobriza barba,
sobre la tierra miserable escarba
en busca del genésico tesoro
de la existencia. Rompe los linderos
y alarma a los atómicos guerreros
con sus grandes testículos de toro. | es |
Carrera_Andrade,Jorge | <XXI | Klare_Von_Reuter | Con la fruta en conserva de tu voz
sube hasta el quinto piso
el cubo de cristal del ascensor.
El tren subterráneo
lleva la luz naranja de tu piel
par los túneles anchos.
El ómnibus
derrama en la avenida sus pestañas de trigo
bajo la hoz esmeralda de tus ojos.
Cuaderno de vidrio, la puerta giratoria
muestra el ex-libris de tu cuerpo
en la última hoja. | es |
Diego,Eliseo | <XXI | Paraíso | Ir con las niñas de la mano
por un aire tan puro que ilumina
su sola transparencia los desganos
de quien no más se lo imagina.
Y estar donde el estar es la manera
de ser en que se cumple todo,
los castos árboles y la quimera
tal como son y nunca de otro modo. | es |
Jiménez,Juan_Ramón | <XXI | Trastorno | Nunca creí que el albo lirio fuera
efémero también. Yo no sabía
que el odio alimentara la alegría.
¡Invierno, te llamaron primavera!
¿Por qué la estrella altiva y pura era
el seco nido de la noche umbría?
¿La paloma inmortal cómo encendía
corvo pico de ave carnicera?
Pues aquel manantial, con su negrura
enlutecía el mar de la mañana.
El ruiseñor pudo asustar al hombre.
Hablaba el niño con palabra impura,
el corazón era una gruta insana,
y la traición tenía un claro hombre. | es |
Cernuda,Luis | <XXI | Soñábamos_Algunos_Cuando_Niños,_Caídos | Soñábamos algunos cuando niños, caídos
En una vasta hora de ocio solitario
Bajo la lámpara, ante las estampas de un libro,
Con la revolución. Y vimos su ala fúlgida
Plegar como una mies los cuerpos poderosos.
Jóvenes luego, el sueño quedó lejos
De un mundo donde desorden e injusticia,
Hinchendo oscuramente las ávidas ciudades,
Se alzaban hasta el aire absorto de los campos.
Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria.
El hombre es una nube de la que el sueño es viento.
¿Quién podrá al pensamiento separarlo del
sueño?
Sabedlo bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma este soplo de muerte que nos lleva
Pisando entre ruinas un fango con rocío de sangre.
Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo.
Le alienta únicamente su propia gran historia dolorida.
Si con dolor el alma se ha templado, es invencible;
Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo:
No lo digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso
Agonizará antes, presa ya de la muerte,
Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares. | es |
Plaza_Llamas,Antonio | <XXI | ¿Qué_Es_El_Arte?_De_Dolores | ¿Qué es el arte? —De dolores
un germen, lleno de encanto;
sol de quemantes fulgores;
divino carmen de flores
que riega el alma con llanto.
¿Qué es la luz? —Un pensamiento.
¿Y la gloria? —Una emoción
en que hay placer y tormento;
porque el mundo da al talento
aplausos y proscripción.
Artista, la gloria quema;
el laurel* se torna en palma;
el aplauso es anatema:
porque el arte su diadema
forma con llanto del alma.
Por eso tú, a quien pregona
la fama actriz, y caminas
entre aplauso que emociona,
te ciñes bella corona
de laureles y de espinas.
Sufre y triunfa: es necesario
ya que tu ingenio profundo
orna del arte el santuario,
que atravieses un Calvario
entre el aplauso del mundo.
Sufre y triunfa: al fin la historia
vendrá de tu nombre en pos,
para guardar tu memoria;
que si Dios es todo gloria,
la gloria es algo de Dios. | es |
Jiménez,Juan_Ramón | <XXI | Yo_No_Soy_Yo. | Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera. | es |
Lugones,Leopoldo | <XXI | Rogué_Al_Amor,_Por_No_Verte | Rogué al amor, por no verte,
que me cegara como él.
Perdí la vista y tu imagen
flotó en mi sombra más fiel.
Cansado de tus desdenes,
ensordecer le pedí.
Todo calló; mas tu acento,
seguía cantando en mí.
Al exceso de sus penas,
perdí olfato y paladar.
Mas tu aroma y mi amargura
nunca las pude borrar.
Que insensible me tornara,
fuera fácil petición,
pues mi dolor y mi vida
ya una misma cosa son.
Sólo me resta pedirle,
para alcanzar la quietud,
que me dé muerte y olvido
en anónimo ataúd.
Pero una duda me asalta
bajo esta pena fatal:
¿Y si es el alma la herida?...
¿Y si el alma es inmortal?... | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | Mi_Virtud_De_Sentir_Se_Acoge_A_La_Divisa | Mi virtud de sentir se acoge a la divisa
del barómetro lúbrico, que en su enagua violeta
los volubles matices de los climas sujeta
con una probidad instantánea y precisa.
Mi única virtud es sentirme desollado
en el templo y la calle, en la alcoba y el prado.
Orean mi bautismo, en alma y carnes vivas,
las ráfagas eternas entre las fugitivas.
Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno, la vejez con su báculo,
el grifo que vomita su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
Todo lo que a mis ojos es limpio y es agudo
bebe de mis droláticas arterias el saludo.
Mi ángel guardián y mi demonio estrafalario,
desgranando granadas fieles, siguen mi pista
en las vicisitudes de la bermeja lista
que marca, en tierra firme y en mar, mi itinerario.
Como aquel que fue herido en la noche agorera
y denunció su paso goteando la acera,
yo puedo desandar mi camino rubí,
hasta el minuto y hasta la casa en que nací
místicamente armado contra la laica era.
Dejo, sin testamento, su gota a cada clavo
teñido con la savia de mi ritual madera;
no recojo mi sangre, ni siquiera la lavo.
Espiritual al prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a la clorosis virgen y azul de los Gonzagas
y a la cárdena quiebra del Marqués de Priola.
¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquinal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz: a la hora que elijas
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
Mas será con el cálculo de una amena medida:
que se acaben a un tiempo el arrobo y la vida
y que del vino fausto no quedando en la mesa
ni la hez de una hez, se derrumbe en la huesa
el burlesco legado de una estéril pavesa.
Orean mi bautismo, en alma y carnes vivas,
las ráfagas eternas entre las fugitivas.
Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno, la vejez con su báculo,
el grifo que vomita su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
Todo lo que a mis ojos es limpio y es agudo
bebe de mis droláticas arterias el saludo.
Mi ángel guardián y mi demonio estrafalario,
desgranando granadas fieles, siguen mi pista
en las vicisitudes de la bermeja lista
que marca, en tierra firme y en mar, mi itinerario.
Como aquel que fue herido en la noche agorera
y denunció su paso goteando la acera,
yo puedo desandar mi camino rubí,
hasta el minuto y hasta la casa en que nací
místicamente armado contra la laica era.
Dejo, sin testamento, su gota a cada clavo
teñido con la savia de mi ritual madera;
no recojo mi sangre, ni siquiera la lavo.
Espiritual al prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a la clorosis virgen y azul de los Gonzagas
y a la cárdena quiebra del Marqués de Priola.
¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquinal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz: a la hora que elijas
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
Mas será con el cálculo de una amena medida:
que se acaben a un tiempo el arrobo y la vida
y que del vino fausto no quedando en la mesa
ni la hez de una hez, se derrumbe en la huesa
el burlesco legado de una estéril pavesa. | es |
Silva,José_Asunción | <XXI | Suspiro | Si en tus recuerdos ves algún día
entre la niebla de lo pasado
surgir la triste memoria mía
medio borrada ya por los años,
piensa que fuiste siempre mi anhelo
y si el recuerdo de amor tan santo
mueve tu pecho; nubla tu cielo,
llena de lágrimas tus ojos garzos;
¡ah! ¡no me busques aquí en la tierra
donde he vivido, donde he luchado,
sino en el reino de los sepulcros
donde se encuentran paz y descanso! | es |
Galeano,Eduardo | <XXI | El_Lenguaje_Y_El_Arte | El Chinolope vendía diarios y lustraba zapatos en La Habana. Para salir de pobre, se marchó a Nueva York.
Allá, alguien le regaló una vieja cámara de fotos. El Chinolope nunca había tenido una cámara en las manos, pero le dijeron que era fácil.
—Tú miras por aquí y aprietas allí.
Y se echó a las calles. Y a poco andar escuchó balazos y se metió en una barbería y alzó la cámara y miró por aquí y apretó allí.
En la barbería habían acribillado al gangster Joe Anastasial que se estaba afeitando, y esa fue la primera foto de la vida profesional del Chinolope.
Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaña. El Chinolope había logrado fotografiar a la muerte. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio.
Tú miras por aquí y aprietas allí. | es |
Díaz,Nelson | XXI | Me_Marcho | cansado
aburrido
asqueado
demasiado
plástico
a mi alrededor
si al menos
fuera
biodegradable. | es |
Machado,Manuel | <XXI | Villamediana_(Retrato_De_La_Época) | El conde, orgullo y gloria, las damas galantea
y a los nobles zahiere —madrigal y epigrama—,
cuando un paje, de lejos y por señas, le llama.
No lleva el paje escudo ni señorial librea.
«Venid —le dice quedo—; seguidme... ¡a donde sea!
Sólo deciros puedo que es hermosa la dama...
Mas a oscuras el sitio está donde se os llama,
y aún quiere que el camino desconocido os sea».
Duda un momento el conde, y recela, no en vano,
que siniestra emboscada aceche sus arrojos...
Mas, aferrando al cinto los dorados puñales,
al paje, que sonríe resuelto da la mano...
Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
un pañuelo bordado con las armas reales.
«Venid —le dice quedo—; seguidme... ¡a donde sea!
Sólo deciros puedo que es hermosa la dama...
Mas a oscuras el sitio está donde se os llama,
y aún quiere que el camino desconocido os sea».
Duda un momento el conde, y recela, no en vano,
que siniestra emboscada aceche sus arrojos...
Mas, aferrando al cinto los dorados puñales,
al paje, que sonríe resuelto da la mano...
Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
un pañuelo bordado con las armas reales.
Duda un momento el conde, y recela, no en vano,
que siniestra emboscada aceche sus arrojos...
Mas, aferrando al cinto los dorados puñales,
al paje, que sonríe resuelto da la mano...
Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
un pañuelo bordado con las armas reales.
al paje, que sonríe resuelto da la mano...
Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
un pañuelo bordado con las armas reales. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Mozo,_Apresta_Un_Vaso_Del_Mejor_Ajenjo | Mozo, apresta un vaso del mejor ajenjo,
de azufrados tonos y opaco cristal;
el que estampa besos de irritadas tintas
en los negros labios del Ángel del Mal.
He arrojado al cesto del desprecio mío
las áureas botellas del vino mejor...
¡Sólo quiero ajenjo! ¡Las hojas de parra
desde el tiempo de Eva huelen a pudor!
¡Sólo quiero ajenjo! Que, a través del vaso
de Musset, grandezas los ensueños ven;
y, como el ajenjo, verdes son los ojos
de la tentadora sierpe del Edén...
Fumo... Los aromas del tabaco rubio
hacen en la pipa lujo de vigor...
Fumo y me sonrío; y acodado y triste
contemplo la escena sin odio ni amor.
Hay frío. Es invierno. La estufa que duerme
entre albas cenizas, a un rincón está...
Bebamos: la copa da sangre a las venas
y la nueva sangre nuevo ardor nos da.
¡Ay! ¡cuántas cabezas que admira este mundo,
siempre seducido por falso esplendor,
vacías parecen estufas sin fuego,
pipas sin tabaco, vasos sin licor!... | es |
Lumbela,Amado | XXI | Puerta_Del_Sol,_15_De_Mayo | Las golondrinas se elevan por mi barrio
y en la distancia vibra una joven primavera,
Puerta del Sol vestida de renuevo
que suena en mis adentros y me espera
resplandeciente de almas conjuntadas
que invocan la justicia perdida en los decenios
de inoperantes regentes que la llevan.
Buscad, jóvenes, clamad paz y constancia,
no dejéis de gritar las libertades
a todos timoneles confundidos
con vuestra sangre despierta de esperanza,
no dejéis que os vacíen más la vidas
los lobos que en su noche os roban las esencias
y al despertar os llenan de falacias.
Cuando la ley es injusta, se traspasa,
lo hicieron Luther King, Gandhi, Nelson Mandela,
hasta el mismo Jesús saltó la regla
cuando se sabe que es justo lo que quieres
y sólo quieres quitarte la condena
de ser el reo de un yugo de extravíos
que ensalza al opresor y a ti te mengua.
Dice la junta central electoral
que te prohiben, que sobras, que molestas,
les rompes la rutina, les alteras,
y tú aguantas sin casa, sin faena,
te dejan secuestrado en tu futuro
en este España lustrosa de euroabuso
dejan que los raptores se acrecienten
a cambio de ser nada en esta empresa.
Buscad, también mayores, proclamad
por el legado que deja vuestra herencia,
por esa dignidad que a todos toca,
si cedes te arrinconan y te acallan
y el poderoso pasea sus poderes
que de tus manos surgieron en esfuerzo
y a ellas deben volver en abundancia. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | En_Tanto_Que_Del_Fraile_Recibía | En tanto que del fraile recibía
paternal benedición el buen anciano,
el indio vio de pronto... ¿Qué vería
que el haz de flechas retembló en su mano?
Una mujer. ¡Cuán blanca! parecía
una dulce visión, un sueño vano.
Ensayando una atlética apostura,
en su carcaj de flechas apoyado,
era él como clásica figura
el Satán de las selvas asombrado
de encontrar en su Infierno a un alma pura.
Aquella tarde, en tanto
que el rudo labrador y el fraile austero
platicaban, la tímida doncella,
a la puerta, gozaba del encanto
con que el rojizo resplandor postrero
hace caer estrella tras estrella
como gotas de llanto.
El indio, al par, se hundía en el alarde
penúltimo del Sol, que en su derroche
envolvía los restos de la tarde
en el crespón de la enlutada noche...
Y entonces fue la escena
de extraño simbolismo.
La tarde. El bosque de pavor se llena
y su boca de espanto abre el abismo...
—¿Ves?— dijo el indio; y señalando al frente,
quedó un instante, pensativo y mudo.
Sobre un picacho, imperativamente,
se erguía un buitre, en actitud de enojo,
como blasón de señorial escudo,
encendido de Sol, teñido en rojo.
—¿Ves?— repitiole el indio a la doncella,
fija del Sol en la postrera lumbre.
—¡Tú eres!— le dijo; y le enseñó una
estrella.
—¡Yo soy!— le dijo; y le mostró la cumbre.
Súbito, el cóndor vuela.
El indio alista
su arco, empuña una flecha y se prepara:
tiende hacia el cóndor, con segura vista,
la flecha sobre el arco; y la dispara.
Silba rauda la flecha.
El cóndor grita;
y, entre los nubarronnes sempiternos,
se desenvuelve la espiral descrita
por un alma que rueda en los infiernos...
Toca tierra por fin...
El abanico
de sus rendidas alas de combate,
sacude al pie del cazador; se abate;
tira atrás la cabeza; y abre el pico...
La aguda flecha que vibró en el arco
y que clavada está —firme y derecha—
parece un mástil sobre un roto barco;
y el cóndor revolcándose en un charco,
nudo de plumas que ensartó una flecha.
En la noche, la virgen temblorosa,
después de recordar la escena extraña
entre el cóndor, la flecha venenosa
y el indio cazador de la montaña,
siéntese dominada de terrores;
y en tanto que al redor todo reposa,
ella duerme soñando en los amores
de un vampiro con una mariposa...
Al primer resplandor del nuevo día,
vuelve a anudar el varonil salvaje,
tras las huellas del fraile que le guía,
su brevemente interrumpido viaje.
Y allá va, tras del fraile...
En una arruga
de las montuosas faldas desparece...
La sombra en tanto por los cielos fuga,
el Sol se impone y la mañana crece.
Y entre los pliegues de esas mismas faldas,
la cumbre circunfleja,
donde el cóndor estuvo, alza su ceja
a la manera de cortante quilla,
como un titán que se tendió de espaldas
y que dobló hasta el cielo una rodilla. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | Son_Campanas | Corazón estriado
bajo campanas muertas pide altura.
Campanas son campanas,
son latidos ocultos de un giro que no llega.
El pueblo en lontananza
del tamaño de un ojo entornado
yace en verde sin respirar aún,
medio camino o brazo tibio al beso.
Campanas de la dicha,
de una sed de espiral donde un grito mudo
del tamaño de un niño moribundo
no acaba de caer como nieve a los hombros.
Blandura de un paisaje de suspiros
por el que andar no cuesta aunque ese mar se altera
al respirar despacio una tristeza o lámina comida.
Mientras suenan campanas
como zapatos tristes
descabalados en la tarde suave;
mejilla son que pide ser pisada,
mientras suspira un alba aún bajo tierra. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | ¡Yanquis!_Mucho_Hallo_En_Vosotros | ¡Yanquis! mucho hallo en vosotros
Que de admiración me exalta;
Mucho bueno, y cuya falta
Nos embolisma a nosotros.
Con qué tesón cada cual.
Incontenible anda y suda
Por su go-ahead, y ayuda
Al go-ahead general.
Cada quisque, malo o bueno,
Ganando él mismo su pan
Mozo o viejo, muía o can,
Y no gorreando el ajeno.
Tierra feliz do no manda
La torpe envidia infernal.
Ni el bien de uno es de otro mal,
Ni el que manda se desmanda.
Do felicidad no es ocio,
Ni desorden libertad,
Ni audaz inmoralidad
El más seguro negocio.
Do la virtud no es quizá
Tan sublime, a mi juicio,
Por no haber a su ejercicio
Tanta ocasión como allá.
¡Qué máquina de nación
Sin pieza inútil o inerte!
No hay quien ponga de esta suerte
Límite a vuestra expansión.
Más bien actívala el mundo
(Pese a la intención contraria)
Con su absurda maquinaria
O su lidiar infecundo.
Pero antes de que llevéis
A los montes de mi tierra
Esta irresistible guerra
De trabajo y paz que hacéis;
Antes que sepáis andar
Por tanto túnel volcánico,
Y en tren electrosatánico
El firmamento escalar.
Desembarcando en montón
Del Cotopaxi en la cumbre,
Horeb do a la muchedumbre
Dictéis civilización;
Y con su eléctrico cielo1
Pulvericéis las montañas
Sacando de sus entrañas
El oro acuñado al vuelo;
O antes que sepáis siquiera
Cambiar vuestro infecto estío
Por el balsámico frío
De nuestra gran Cordillera;
En nubes de tafetanes,
Más frescas que un abanico,
Flotando de pico en pico
Desde aquí hasta Magallanes,
Un favor voy a pedir
De vuestra cortesanía:
Dejad la horrenda manía
De desgarrar y escupir,
O ved bien al disparar,
Apuntad correctamente,
Porque allí debajo hay gente
Y aun pudiera yo pasar.
Sois el mayor tragaldabas,
El tragatierras mayor,
¡Yanquis, y os falta el valor
De tragaros vuestras babas!
Sin ascos ni gargarismos,
Indios y aun negros tragáis,
Y sin embargo mostráis
Asco de vosotros mismos.
¿Os da horror u os da catarro
Hablar británica lengua,
Y echáis por lavar tal mengua
Tras cada frase un desgarro?
¿O así queréis del terreno
Garantir la propiedad
Por aquella inmunidad
Que goza el desgarro ajeno?
Si el canon expectorante
Es vuestra arma anexionista,
No habrá plaza que resista
Bombardeo semejante.
iQué digo! al solo empezar
A llover estrellas tales,
Los mismos guardahospitales
Huirán sin capitular.
Mas no volváis a inquirir
Por qué la dispepsia os mata:
Esa es la pena inmediata
De semejante escupir...
¡Ah! ni volváis a marcar
Con bastones y tacones
El compás de cuantos sones
Acertáis a acompañar.
Cual si corrieseis parejas
Con los corceles de Apolo,
Y en los pies, y allí tan sólo,
Tuvieseis un par de orejas;
O como si aquel divino
Manjar no os diese placer
Mayor que el de ensordecer
E impacientar al vecino.
Dejad de zapatear
Hasta aue inventéis zapatos
Más músicos y más gratos
Que Rossini o que Mozart.
Mientras tanto, a los bastones
Prefiero los cantarines,
Y una orquesta de violines
A una orquesta de tacones.
Pensad qué armazón tan vana
Son aquí casa y teatro,
Hechos hoy en tres por cuatro
Para quemarlos mañana.
Y cuidad de entusiasmaros
Con el alma y no con pies,
Si no tenéis interés
En vender los huesos caros.
Vuestras damas, que en finura
De alma y de rostro y maneras
Envidia son de extranjeras
Y de extranjeros locura,
A pesar de su alma fuerte
Sufren nerviosos insultos
Cuando coceáis incultos,
O desgarráis de tal suerte.
E indigna ver que esos trajes,
Cuya orla besara un rey,
Vayan barriendo en Broadway
Tan inmundos homenajes.
Y cuando mascáis tabaco...
lOh, qué horror! llega al tobillo
La ola. Nuestro cigarrillo
Es mucho mejor, ¡por Baco!
Enmendaos, y no habrá
Inconveniente ni obstáculo
En gozar del espectáculo
Que vuestra grandeza da.
No pateéis, dejadme oír,
No escupáis, dejadme ver
Vuestro sublime taller,
Obreros del porvenir.
Y espero que a fuer de grandes
No le arrugaréis la ceja
A esta diminuta queja
Que os da un gorrión de los Andes.
go-ahead
go-ahead
gorreando | es |
Botella,Jorge | XXI | La_Muerte_La_Pintamos | La muerte la pintamos
rodeada de umbrías,
sin soles,
sin colores,
sin narcisos que se abran a ti.
La muerte la entonamos
rodeada de silencios,
sin clarines,
sin laudes,
sin baladas que te canten a ti.
La muerte la narramos
rodeada de misterios,
sin poemas,
sin rimas,
sin sonetos que te hablen a ti.
La muerte la soñamos
rodeada de recuerdos,
sin jazmines,
sin violetas,
sin amores que te besen a ti.
La muerte la probamos
rodeada de ruinas,
sin abrazos,
sin amigos,
sin hermanos que te sigan a ti.
La muerte la entonamos
rodeada de silencios,
sin clarines,
sin laudes,
sin baladas que te canten a ti.
La muerte la narramos
rodeada de misterios,
sin poemas,
sin rimas,
sin sonetos que te hablen a ti.
La muerte la soñamos
rodeada de recuerdos,
sin jazmines,
sin violetas,
sin amores que te besen a ti.
La muerte la probamos
rodeada de ruinas,
sin abrazos,
sin amigos,
sin hermanos que te sigan a ti.
La muerte la narramos
rodeada de misterios,
sin poemas,
sin rimas,
sin sonetos que te hablen a ti.
La muerte la soñamos
rodeada de recuerdos,
sin jazmines,
sin violetas,
sin amores que te besen a ti.
La muerte la probamos
rodeada de ruinas,
sin abrazos,
sin amigos,
sin hermanos que te sigan a ti.
La muerte la soñamos
rodeada de recuerdos,
sin jazmines,
sin violetas,
sin amores que te besen a ti.
La muerte la probamos
rodeada de ruinas,
sin abrazos,
sin amigos,
sin hermanos que te sigan a ti.
La muerte la probamos
rodeada de ruinas,
sin abrazos,
sin amigos,
sin hermanos que te sigan a ti. | es |
Gautier_Benítez,José | <XXI | Regreso | Por fin corazón, por fin
alienta con la esperanza,
que entre nubes de carmín,
del horizonte la confín,
ya la tierra a ver se alcanza.
Luce la aurora en oriente
rompiendo pardas neblinas,
y la luz, como un torrente,
se tiende por la ancha frente
de verdísimas colinas.
Ya se va diafanizando
de la mar la espesa bruma;
el buque sigue avanzando,
y va la tierra brotando
como Venus de la espuma.
Y allá sobre el fondo oscuro
que sus montañas le dan,
bajo un cielo hermoso y puro,
mi bellísimo San Juan.
Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Luce la aurora en oriente
rompiendo pardas neblinas,
y la luz, como un torrente,
se tiende por la ancha frente
de verdísimas colinas.
Ya se va diafanizando
de la mar la espesa bruma;
el buque sigue avanzando,
y va la tierra brotando
como Venus de la espuma.
Y allá sobre el fondo oscuro
que sus montañas le dan,
bajo un cielo hermoso y puro,
mi bellísimo San Juan.
Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Ya se va diafanizando
de la mar la espesa bruma;
el buque sigue avanzando,
y va la tierra brotando
como Venus de la espuma.
Y allá sobre el fondo oscuro
que sus montañas le dan,
bajo un cielo hermoso y puro,
mi bellísimo San Juan.
Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Y allá sobre el fondo oscuro
que sus montañas le dan,
bajo un cielo hermoso y puro,
mi bellísimo San Juan.
Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.
No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte. | es |
Flórez,Julio | <XXI | La_Primavera | ¡La campiña!
Sobre el césped del cortijo va la niña
tierna, rubia, frágil, blanca;
—bajo el brazo la muñeca
de cartón rosada y hueca—
salta, corre, canta, grita,
y sus fúlgidos ojazos copian toda
la pureza de la bóveda infinita.
Vedla: es ritmo
y es donaire;
sus desnudos pies se agitan y parece
que también tuviesen alas
como el aire.
Dulcemente el aura toca
el capullo de su boca
que es esencia y es frescura
y es panal, húmedo y tibio,
de miel pura.
Va contenta, retozona,
va de prisa;
y en sus labios aletea
como un ave sobre el nido, la sonrisa.
Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas.
Una crencha rubia miente
un celaje sobre el campo de su frente;
frente casta,
perla enorme que en el oro de sus rizos
arcangélicos se engasta;
frente pura que humedece
el sudor, y que parece,
bajo el soplo sano y frío
de los céfiros, camelia
empapada de rocío.
Va la niña; tal vez sueña
con las hadas, y se cuenta
ella misma, el cuentecillo
de la pobre Cenicienta.
Y sus gritos melodiosos
en las ráfagas deslíe,
juguetona, parlanchina,
mientras salta, corre y ríe.
Nace el alba; vibra el orto
sus espadas de reflejos,
y el espacio se sonrosa, y un gran vaho
de perfumes acres, llega
de muy lejos.
Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas. | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | Se_Suicidó_La_Estatua_Del_Dictador | Se suicidó
la estatua del dictador.
La estatua vivía en el centro del estanque.
Una noche de viento
la estatua se lanzó al agua.
La estatua del dictador
murió ahogada.
Sólo las gaviotas la echaron de menos.
Sólo las gaviotas la echaron de menos. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | Los_Que_Dejando_A_España_La_Romántica | Los que dejando a España la romántica
O el mundo tropical encantador,
Donde la vida es un banquete opíparo
Que abre naturaleza a su Señor;
Los que al pagar un mudo adiós de lágrimas
Al monte azul que visteis al nacer,
Enviáis en alas de la brisa un último
Voto de eterno amor a una mujer;
Si de la lengua el balbuciente oráculo
Queréis que no lo burle el corazón,
¡Ah! cuidad bien que la temblante brújula
No os encamine hacia esta gran nación.
Que no sólo en la frente altiva y clásica
De las leonas que la España cría
Dios puso a la beldad el sello fúlgido
Que del varón demanda idolatría.
No sólo un Guayas humedece límpido
Un breve par de retozones pies,
De esos que puede la amorosa tórtola
Con sola una ala cobijar después.
No sólo en ojos de limeñas árabes
Arde a la sombra el meridiano sol,
Ojos do al astro de Capac magnífico
Hoy rinde humilde culto el español.
Guarda, oh Brasil, tus zalameras náyades
Ricas en gracias como en piedras tú,
Con aquel infantil hechizo cándido
De una lengua gemela del laúd.
Mima, oh Caracas, tus gacelas ágiles
¿Quién su andar mira y no las ama ya?
Nacidas sobre flores, su pie mínimo
Rosas parece que pisando va.
Modela, esculpe, Guatemala artística,
Tu Venus tropical, noble y gentil,
Miniatura de Lima ¿do el Praxíteles
Que con el oro encenderá el marfil?
Secad las regias cabelleras de ébano,
Brisas de Cartagena la inmortal,
Sobre esos muros que modernos cíclopes
Alzaron con estrépito triunfal.
De tus sirenas la canción romántica
¿Quién, quién no extraña, oh Maracaibo, aquí?
¿Quién las galas aéreas de tus sílfídes,
Oh Cuba, no extrañó lejos de ti?
¿Quién, que del Istmo a la flexible antélope
Ciñó al compás del valse inflamador,
No sueña en ese talle esquivo y diáfano,
Istmo entre cielo y tierra, istmo de amor?
¿Y olvidaré tus ojinegros ángeles,
Culta, caballeresca Bogotá,
Con las mejillas de granada y nácare
Que el alto ciclo de cóndor les da?
¿O a la caucana, de héroes y de mártires
Digna consorte, madre sin igual?
¿O a las del Plata, en toda lid terríficas?
¿O a la quiteña, reina ecuatorial?
¿Y he de olvidar de tus morenas, Méjico,
El seno escultural? ¿Y en dónde estás,
Chilena, hurí de corazón volcánico,
La más celosa y la que quiere más?
¿Más? ¡No! Que Dios al devolver magnífico
Al hombre rey su lamentado edén,
Radiante como el cielo de los trópicos
Su Eva inmortal le devolvió también;
Y ella le habló una lengua que a los ángeles
Dios para hablar con Él les enseñó,
Y trajo en dote al nemoroso tálamo
El mejor don del cielo: el corazón.
eterno amor
Istmo entre cielo y tierra
para hablar con Él
el corazón
Pero el hombre es ingrato... El melancólico
Filtro que una mirada húmeda y pía
Vertió al partir, encontrará su antídoto
Que otra mirada infiltrará algún día.
Volvernos locos tras de hacernos pérfidos
Vuestra misión, oh americanas, es;
Os anexáis el corazón suavísimas
Y en su tirano es convertís después.
Los que no me creáis, los que entre lágrimas
Eterno amor jurasteis al partir
A la que ondeando el pañuelito cándido
Desde la playa os quiso bendecir,
Venid, llegad, y bajo el níveo pórtico
Del imperial Saint Nicholas Hotel,
Donde se alivia el trovador nostálgico
Y se llora la ausencia última vez.
Ved desfilar el majestuoso ejército
Que anida en sus cuarteles Nueva York,
Embalsamando la rosada atmósfera
Con su virgen aliento embriagador.
¡Alerta! que él, con disciplina mágica,
Antes de combatir os vencerá;
¡Sangre española, tú serás la pólvora
Que dando acecho al botafuego está!
Por ataviar a esta legión seráfica
Todo el mundo. Este a Oeste, Norte a Sur,
Viene a verter la copa de sus dádivas,
Que puja el oro en arrogante albur.
Blondas que teje para reinas Bélgica
Realzando senos de alabastro van,
Y nido a cuellos de nevada tórtola
Da con sus chales la opulenta Irán.
Ondas de seda de Damasco espléndidas,
Que el Musnud no ajaría en el harem,
Barren el polvo... haciendo aquella música
Que suspiran las aguas del Zemzem.
Fue para estos cabellos que a sus náyades
Robó tan ricas perlas Panamá,
Y a sus divinas mariposas fúlgidas
Sus lechos de esmeraldas Bogotá.
Pero ¿qué son rubíes, perlas, záfiros?
¡Cuántas reinas trocaran su esplendor
Por sólo el brillo de estos ojos mágicos
Con que alumbra sus tronos el amor!
De estas mejillas por la fresca púrpura
¡Cuántas su regia púrpura darían!
¡Y su séquito de odios por el séquito
De almas en penas que en su amor porfían!
¡Ah! cada hermosa es un amable autócrata:
Ley, sus sonrisas; sus palabras, ley,
Y una marcha triunfal entre sus subditos
Cada excursión por la imperial Broadway,
Los fieros amos de la gran República
Son sus siervos humildes: ¡ya se ve!
¿Quién no lo fuera de tan lindos déspotas?
Y quién podrá decir: no lo seré?
Cuando a la luz del tentador crepúsculo,
Desde el ido bajel de la ilusión
Fugas aéreas de encantada música
Vienen a acariciar el corazón,
¡Ay del que mira el fascinante ejército
Que ante sus ojos desfilando va!
¡Ay del que adormecido en lago plácido
Del Niágara al rugir despertará!
Lindas como esos iris, risa falaz del Niágara;
Vagas como ellos y caprichosas;
Efímeras como ellos.
Crueles cual ese abismo de aguas y de cadáveres
Que eriza los cabellos
Y así atrayentes, vertiginosas.
Todo es pasión y vida bajo su frente angélica,
Como en sus altas cóleras el espantoso río.
¿Su corazón? ¡Miradlo, oíd clamar sus víctimas
En ese abismo oscuro... sordo... insaciable... frío...!
Saint Nicholas Hotel
Musnud
Broadway
no lo seré? | es |
García_Vargas,Antonio | XXI | Trémulo_Canto | Trémulo canto
sus piernas se abrieron
parió mi llanto | es |
Palés_Matos,Luis | <XXI | Sic_Anactoria | Lágrima solitaria desprendida
del pródigo joyero de tus ojos,
como una gema de dolor fundida
por la candela azul de tus enojos,
resbaló sobre luto en tus encajes
con exótica gracia y oportuna,
como una lentejuela de los trajes
que usan las bailarinas de la luna.
Y así, llorando, entraste en mi poesía
Te embrujó mi italiana fantasía
con brumas, alas, música y estelas;
Tus lágrimas fru-fruaron un allegro,
y se bordó todo tu traje negro
con un brusco rielar de lentejuelas. | es |
Eguren,José_María | <XXI | Hespéride | En las sombras verdes,
mariposas cubistas.
Luceros.
El bosque está rezando.
Libélulas
de lápiz
vuelven de la fiesta lejana
de las campanillas.
Por el tapial distante
se ve el árbol de los caramelos,
que en la infancia buscábamos
en el paseo de la tarde.
Anochece.
Vienen con sus anteojos
los pájaros ateos.
Sombra.
Los paisajes bobos.
Luciolas galantes.
En telepatía
rosas desveladas. | es |
Bello,Andrés | <XXI | Pensando_En_La_Virtud_Maravillosa | Pensando en la virtud maravillosa
de esta agua del Olvido he estado un rato,
y acá me la comparo a cierta cosa
que llamar suele el vulgo iliterato
gracia, donaire, estrella venturosa,
metafóricamente garabato,
a que no hay prenda que en el mundo iguale,
pues que por todas juntas ésta vale.
No hay honra ni favor que no consiga
el que con esta prenda solicite,
mientras sin ella la virtud mendiga,
y no se estima el mérito un ardite.
De perlas es lo que un petate diga,
como con este almíbar lo confite;
y ¿qué es sin ella el sabio? un estafermo,
nacido para el claustro o para el yermo.
Esta gracia es la copa que contiene
el brebaje que a todos enamora.
¡Oh bienaventurado el que la tiene!
Bien puede hacerse cuenta que atesora
lo que más acá bajo le conviene,
pues como universal reina y señora
domina voluntades y opiniones
a pesar de Epictetos y Catones.
El no dejar que pase por el puente
quien el licor no bebe de la taza,
quiere decir la tema de la gente,
que al que sin artificio ni añagaza
medrar presume, no se lo consiente
en ninguna manera; que en la plaza
del mundo es disparate y desatino
la razón, y la alquimia es oro fino.
Y aquel total olvido significa
la veleidad, que humanas leyes quiebra,
y en lo vedado solamente pica,
y lo que ve flamante, eso celebra.
Lo demás, lector mío, ello se explica.
Cumple ahora anudar la rota hebra
de mi discurso; y vuelvo al punto donde
en pos de Astolfo iba corriendo el Conde.
Mas cánsase sin fruto, que Bayardo
echando treinta millas va por hora.
Corría y más corría el del Leopardo,
llevando siempre el rostro hacia la aurora.
Figúrase el mal rato que el gallardo
Brandimarte estará pasando ahora,
y dejar en aquel tan inminente
riesgo al amigo, en gran manera siente.
Pero no gusta de tener camorra
con aquella terrible Durindana,
que zumbándole está, por más que corra,
en los oídos, aunque asaz lejana.
Tampoco Orlando el aguijar ahorra;
mas con Astolfo su fatiga es vana.
Dándole a Satanás, la grupa vuelve
y al mágico jardín tornar resuelve.
Donde no cesa aun la zurribanda,
pues Brandimarte arroja de la silla
a Aquilante y Grifón; y al suelo manda
a Clarïón, hundida una costilla.
Pero asaltado de una y otra banda,
resistir largo tiempo a la cuadrilla
difícil es, por más que sude y bregue;
pues ¿qué será cuando el de Anglante llegue?
Flordelís, la discreta dama y bella
que con el joven Brandimarte vino,
el insistir en la demanda aquella
tiene por un solemne desatino.
Por entre los corceles atropella;
y levantando el brazo alabastrino,
con lagrimosa súplica intercede
para que la cuestión suspensa quede.
Ruega a su amante que la taza admita
y el perder la memoria no le pese,
que ella a sacarle de tamaña cuita
sin duda tornará, si bien supiese
a manos perecer de la maldita
encantadora. Aquesto dicho, fuese;
y atravesando un matorral sombrío,
pasa otra vez el hechizado río.
La desigual batalla fenecida,
a Brandimarte de la mano lleva
la cautelosa maga, y le convida
con el licor; el caballero prueba,
y cuanto supo en el momento olvida;
nuevo ser, nueva vida, llama nueva
abriga, y se disipa por el viento
del dulce amor primero el pensamiento.
¡Rara bebida cierto y peregrino
encanto, que la mente así trasporta!
Aquel amor tan acendrado y fino,
aquella Flordelís, nada le importa;
no valen a sus ojos un comino
la gloria y el honor; el alma absorta
en Dragontina, la beldad amada,
es todo para él, y el resto, nada.
Llega en esto anhelante y presuroso
Orlando, y a los pies de Dragontina
arrodillado en acto vergonzoso,
hasta la tierra la cabeza inclina,
rogando le perdone si dichoso
no fue bastante para darle dina
satisfacción del bárbaro enemigo
que con la fuga redimió el castigo.
El cual, aún no cobrado del asombro
(pues se figura que le sigue Orlando),
sin tino, sobre cerca y sobre escombro
salta, y a su corcel espoleando
corre, la barba siempre sobre el hombro;
y dejara el correr Dios sabe cuándo,
si no llegase a donde un anchuroso
campo ejército alberga numeroso.
La ocasión preguntó de lo que vía,
y un heraldo le dice: «La bandera
del potente Agricán de Tartaría
es aquella negrísima primera,
que en perlas y oro y varia pedrería
por una y otra parte reverbera,
y tiene por divisa la figura
de un lozano bridón de plata pura.
«Aquella azul del cándido elefante,
es del rey de Mongolia, Sartinero,
y la del oso negro en el flotante
hielo es la bien conocida del guerrero
Radamanto, ridículo gigante,
y no menos que estúpido, altanero,
que habitador de la hiperbórea zona
la nación mosca rige y la lapona.
»El estandarte verde a lunas de oro
es del señor de Hircania, Poliferno,
que potente en estados y en tesoro,
tiene de rudas tribus el gobierno;
a quien sigue el valiente Lurcanoro,
que en desnuda región de hielo eterno
rige a una raza audaz que el mar frecuenta
y en leve esquife arrostra la tormenta.
»Más allá Santaría, rey de
Suecia,
y como media milla más distante
acampa el corpulento, que se precia
de mentidas proezas, ruso Argante.
La gentuza cosaca, que desprecia
cerrados muros por vivir errante
en movedizas tiendas, luego aloja,
enarbolando aquella enseña roja,
»Y tiene por divisa un arco y flecha,
y por su jefe al bárbaro Brontino;
a quien, tomando un poco a la derecha,
el godo Pendragón está vecino.
Estas naciones, de las cuales hecha
te dejo relación, van en camino
con el Kan de Tartaria, que da leyes
a todas, y se llama rey de reyes.
»El cual a Galafrón hace la guerra,
que es del Catay emperador anciano;
y jura exterminarle de la tierra,
si no le da de Angélica la mano,
su hija; y si la voz común no yerra,
hermosa sin igual; mas el liviano
capricho suyo y loca ligereza
dicen que aun sobrepuja a su belleza.
»Al Tártaro detesta y aborrece,
que es capaz, por su amor, de dar la vida,
y señora del Asia hacerla ofrece;
mientras por un pelón anda perdida
que descalzar a esotro no merece,
y de su amor ni su beldad se cuida;
con ella los consejos del anciano,
las lágrimas, los ruegos, todo es vano.
»Galafrón, de quien hoy ha recibido
una embajada el Kan de Tartaría,
le protesta que parte no ha tenido
en la desatentada rebeldía
de la joven princesa, que se ha ido
del hogar patrio, y doblemente impía
contra su padre y rey, desde la Albraca
los pueblos le revuelve y le sonsaca.
»Así que, reputando insuficiente
el desdeñado Rey todo otro medio,
mete a saco la tierra, y con ingente
fuerza a la Albraca va a poner asedio.
Ello es que la Princesa inobediente
ha de aceptar el novio sin remedio;
y lo que hará mañana, aunque no quiera,
querer hacerlo ahora, cuerdo fuera».
El duque Astolfo, que el motivo sabe
de la inminente lucha estrepitosa,
y ve en conflicto tan dudoso y grave
a una mujer que un rey soberbio acosa,
ayudarle resuelve en cuanto cabe,
y hasta entrar en la Albraca no reposa;
do llegado, con grande regocijo
abrazándole Angélica le dijo:
«Tan bien venido seas, caro amigo,
como eras deseado ansiosamente.
¡Así mirara yo llegar contigo
al paladín Reinaldos, tu pariente;
y siquiera trajese el enemigo
cuatro veces más armas y más gente!
Que de sus amenazas, a fe mía,
poquísimo cuidado me daría».
«Que sea», dice Astolfo, «un extremado
caballero mi primo, te concedo;
mas tú también confesarás de grado
que en eso del valor yo no le cedo.
Ya nos habemos él y yo probado,
y sin jactancia asegurarte puedo
que, si no le tocó peor destino,
al yelmo se lo debe de Mambrino.
»Ni que el valor de Orlando exceda al mío
estimes tú, por cuanto el mundo diga;
pues con el cuerpo hadado, di, ¿qué brío,
qué gracia es que trïunfos mil consiga?
Encántame la piel, y yo te fío
que por el diablo no daré una higa;
mas aun así, princesa soberana,
harto le hice sudar la otra mañana».
Ella, que ya conoce aquel cerbelo,
charlar le deja a su sabor gran rato,
si bien le pesa oír que bajo el cielo
se iguale nadie a su adorado ingrato,
y el ponerse con él en paralelo
Astolfo, le parece desacato;
que en la corte de Carlos bien sabida
tuvo de todos ellos la medida.
Aloja en lo más alto de la Roca
con grande honor el Duque y gran contento.
Otro día un tambor al arma toca,
y de marcial clamor se llena el viento.
La palabra echa apenas de la boca
según lo que jadea polvoriento,
un corredor, que aproximarse avisa
el tártaro Agricano a toda prisa.
Toda la guarnición las armas pide,
que es de tres mil o pocos más guerreros;
y júntanse a consejo, que preside
el animoso inglés, los caballeros;
donde concordemente se decide
los puños apretar y los aceros,
y en ninguna manera dar oídos
a capitulaciones ni a partidos.
Que estando, como estaba, proveída
la Roca de forraje y vitüalla,
y de tres mil guerreros guarnecida,
fuérales mal contado abandonalla.
«Yo no he de estarme aquí toda la vida;
dejadme, Astolfo dice, ir a batalla.
Darele a ese Agricán en la cabeza,
si Dios me ayuda, un golpe que le escueza».
Astolfo sale en aire de amenaza,
cosas diciendo horribles y estupendas;
la lanza enristra y el escudo embraza,
y al brïoso corcel soltó las riendas.
Estaban los contornos de la plaza
de gentes enjambrados y de tiendas;
no en la selva más hojas aura leve,
que allí pendones y penachos, mueve.
Miles manda Agricán diez veces ciento
(escríbelo, Turpín; no es paparrucha),
y Astolfo ríe de todo este armamento,
y hace reír a todo el que le escucha.
Mas el que mucho parla, mucho viento
(dice el proverbio), y poco pan embucha;
y otro antiguo refrán, si bien me acuerdo,
dice que el loco por la pena es cuerdo.
Descabalgado Astolfo fue aquel día,
y aprendió discreción para adelante.
A toda charla el Duque se venía:
«Salga ese Poliferno y ese Argante
(diciendo) y Lurcanoro y Santaría
y Radamanto, ese feroz gigante;
pero salga Agricán primeramente,
y, si tiene valor, hágase al frente».
Viendo venir un solo caballero,
creen que para rendirle otro es bastante.
Con desdeñoso gesto y altanero
toma esta empresa a cargo suyo Argante;
que, estólido además, feroz, grosero,
tiene casi estatura de gigante,
la nariz chata, ensangrentado el ojo,
vedijuda la cara, el pelo rojo.
Con el inglés cerró soberbiamente,
y es derribado por la lanza de oro.
Atónita quedó toda la gente.
Cayó también el bravo Lurcanoro;
cayó Brontino. Entonces insolente
estalla el populacho, y se alza un coro
diabólico gritando: «¡Rayo! ¡Fuego!
¡Muera el perro cristiano! ¡Muera luego!»
De la otra parte intrépido y seguro,
a toda aquella chusma Astolfo espera;
no más incontrastable en tierra un muro,
en la mar un escollo, pareciera.
Roba al cielo la luz el polvo oscuro
que con los pies la turba vocinglera,
arremetiendo al paladín, levanta.
Radamanto a los otros se adelanta
y le pisa las huellas Sartinero,
con Agricano y Pendragón, rey godo.
Fue Radamanto, al embestir, primero,
y embistió del mejor posible modo;
ni el ser gigante le valió un dinero,
que fue rodando con caballo y todo.
Pero mientras que Astolfo en él se ocupa,
le viene Sartinero por la grupa.
Sin el menor escrúpulo el villano
le da un golpe terrible tras la oreja,
y al mismo tiempo el tártaro Agricano
otro golpe le da sobre una ceja.
En esto viene Pendragón tirano,
y la cuestión finalizada deja
otro tercero dándole en el pecho,
que del caballo le arrojó gran trecho.
Bañado en sangre el paladín desciende,
dando de aliento y vida muestra escasa;
y mientras ni el cuitado se defiende,
ni se mueve, ni sabe qué le pasa,
desmonta Pendragón, le agarra y prende,
y prisionero se le lleva a casa.
Mas con mejor aviso obró Agricano;
dejando al Duque, echó al corcel la mano.
No sé decir si porque su primero
dueño le falta, o porque hallarse entienda
en extraña región, solo y señero,
sufre Bayardo que Agricán le prenda;
lo cierto es que, cual tímido cordero,
consiente que le lleven de la rienda,
quedando el rey en gran manera ufano
al verse dueño del bridón lozano.
Sin armadura Astolfo y sin sentido
es al Real de Pendragón llevado,
donde manda Agricán que socorrido
al punto sea, y cual merece, honrado.
En extremo le pesa que haya sido
fea y villanamente derribado,
y que, bastando con su lanza, hubiera
otra que en esta lid se entrometiera.
Mas estorbarlo el noble rey no pudo;
tan grande el torbellino bullanguero
del populacho fue salvaje y rudo
que en torno se agolpó del caballero.
Sangriento el Duque y lívido y desnudo,
y difunto más bien que prisionero,
sin arnés y corcel y espada y lanza,
ni aun a sentir su desventura alcanza.
Pues preso Astolfo, y el corcel perdido,
y el rico arnés y bella lanza hadada,
guerrero no quedó tan atrevido
que saliese de Albraca en algarada.
La vista tienden sobre el ancho egido,
la puente levadiza levantada;
todo está en orden tal, que a las almenas
pudiera un ave remontarse apenas.
En tanto el circasiano Sacripante
su poderosa hueste al campo saca;
de la princesa del Catay amante,
vuela animoso a defender la Albraca;
asaltar piensa al Tártaro arrogante
entre el silencio de la noche opaca,
y con los siete reyes que acaudilla
está ya de la plaza a media milla.
Es el primero un príncipe cristiano
(bien que la Fe su pura luz le esconda),
de la Alta Armenia el joven rey Varano,
que manda diestra gente a espada y honda;
Brunaldo se le sigue, que entrecano
tiene el cabello, y reina en Trapisonda;
y Torindo, detrás, la de Turquía,
y la de Media Savaronio guía.
Tras éste marcha Unano, rey bitino,
de gran cabeza, aunque de cuerpo chico,
y Burdacón, gigante damasquino,
de averrugada cara y luengo hocico,
y el rey de Babilonia, Trufaldino,
patiestevado, feo como un mico,
de torcido mirar, falso, bellaco,
cobarde insigne, y más ladrón que Caco.
De cinco o seis centenas de millares
era todo el poder de Circasía;
y a la hora en que llaman los cantares
del gallo velador al nuevo día,
avistaba los altos valladares
de la empinada Albraca, y se venía
con ordenada marcha y sordo paso
sobre el tártaro ejército el Circaso.
Sus gentes en silencio trae Varano.
Suya la acometida fue primera.
Orden les da que sienten bien la mano;
a nadie cojan, todo el mundo muera.
Cayeron sobre el campo de Agricano,
como de lobos tropa carnicera
sobre indefensa grey; espesa nube
de polvo vuela; el grito al cielo sube.
Los ayes de la gente, que del blando
sueño pasa en un punto a muerte horrenda,
y el espantoso estrépito, volando
de fila en fila van, de tienda en tienda.
Uno las armas arrebata, cuando
otro a los pies turbado se encomienda;
cuál va acá, cuál va allá, cuál se
está quedo;
vense a un tiempo ira, horror, coraje, miedo.
¡Quién de la arremetida carnicera,
quién de tantas heridas, golpes, tiros,
una décima parte aquí supiera,
o sólo una milésima deciros!
¡Quién de las varias muertes la manera
entre la parda sombra, referiros,
tanto cadáver trunco, y tanta Cota
acribillada, y tanta lanza rota!
De Armenios está henchido el campamento;
y bajo el filo de enemiga espada
los Tártaros perecen ciento a ciento,
sin que el pedir cuartel sirva de nada.
Con dolorido dísono lamento
huye la pobre gente desbandada;
y en esto llega el rey de Trapisonda
esparciendo terror a la redonda.
Si antes era tan grande la matanza,
llegando estotro ahora ¿cuál sería?
Alfanje, hacha, segur, espada, lanza,
hacen a cual mayor carnicería;
ni de salud la fuga da esperanza;
todo cerrado está; que al mediodía
carga el turco Torindo hecho un demonio,
al este Unano, al norte Savaronio.
Con los otros dos reyes el Circaso,
aunque la sangre de furor le hierva,
para atender a lo que pida el caso,
queda formando un cuerpo de reserva.
Agricán, que atajarles quiere el paso,
acá y allá, do más reñida observa
y revuelta la lid, y en más aprieto
los suyos juzga estar, va y viene inquieto.
Bien era de Agricán casi doblada
la gente; mas el no pensado asalto
(que el número en la guerra es poco o nada,
si de consejo y disciplina falto)
atónita la tiene y azorada;
nadie obedece; todos hablan alto;
es una babilonia el campamento;
por un golpe que dan reciben ciento.
En voz alta Agricán y amenazante
a cada jefe por su nombre llama:
«¡Poliferno!, gritó, ¡Brontino! ¡Argante!
¿así volvéis, traidores, por mi fama?
¿Qué aguarda Radamanto, ese gigante?
Apuesto a que el bribón se está en la cama.
De usar es tiempo ahora el brazo fuerte.
Barones, ¡a la lid! ¡venganza o muerte!»
Mientras ellos le siguen, él, blandiendo
su lanzón, en Bayardo se adelanta;
las huestes va con el caballo abriendo;
los unos postra, a los demás espanta;
a Varano da un bote tan tremendo,
que el escudo y el peto le quebranta;
hiende, cercena, despedaza, hunde,
y a los suyos su ejemplo aliento infunde.
Brunaldo del caballo es derribado
por Poliferno; el corpulento Argante
a Savaronio le pinchó un costado;
y Radamanto, viendo a Unán delante,
de sangre al suelo le arrojó bañado.
Ello es que teme casi Sacripante
desbaratada ver toda su gente,
si no la acorre él mismo prontamente.
Por donde más trabado vio el combate,
metió el corcel y enderezó la lanza.
A Poliferno, rey de Hircania, abate,
y al godo Pendragón punzó la panza.
Hincando a su caballo el acicate
Argante, receloso de igual chanza,
bonitamente a otro lugar se muda.
La espada Sacripante alzó desnuda;
y cual suele a la grama en la pradera
bramando en rauda ráfaga el Solano,
tal Sacripante hilera sobre hilera
postra, y cubierto dellas deja el llano.
Entonces sí que fue el hüir de veras
delante del sañudo Circasiano;
despavoridos van por monte y valle
los tártaros, abriéndole ancha calle.
Agricán, que a este tiempo, entretenido
en paraje se hallaba algo remoto,
vio (pues ya el sol rayaba en el ejido)
su pueblo acá y allá disperso y roto;
torva la vista, el rostro excandecido,
corre a donde es mayor el alboroto;
amigos y enemigos atropella;
cuanto topa derriba, allana, huella.
Cual se ve en la estación de hibierno ingrata
bajar de un alto monte hinchado un río,
que árboles, setos, chozas arrebata,
lo culto asemejando a lo baldío,
tal Agricán las huestes desbarata
Pero una bella hazaña al canto mío
se ofrece, y renovar las cuerdas debo
de mi laúd para el asunto nuevo. | es |
Vallejo,César | <XXI | Capitulación | Anoche, unos abriles granas capitularon
ante mis mayos desarmados de juventud;
los marfiles histéricos de su beso me hallaron
muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.
Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron
una tarde amaranto que dije un canto a sus
cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron
las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed.
Pobre trigueña aquella; pobres sus armas; pobres
sus velas cremas que iban al tope en las salobres
espumas de un marmuerto. Vencedora y vencida,
se quedó pensativa y ojerosa y granate.
Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate,
de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida. | es |
Paz,Octavio | <XXI | Palabras,_Frases,_Sílabas | Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un centro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una
palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y
se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. Y si yo no existo, existes tú.
El poema prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y
amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.
Todo poema se cumple a expensas del poeta.
Mediodía futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las plazas cantan los hombres y las mujeres el canto solar, surtidor de
transparencias. Me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca.
Cuando la Historia duerme, habla en sueños; en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando a
Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema; la poesía entra en acción.
Merece lo que sueñas. | es |
Jiménez_Domínguez,Jesús | XXI | Nacer:_Llegar_Puntual_A_La_Muerte,_Fermentar_Sin_Prisas | Nacer: Llegar puntual a la muerte, fermentar sin prisas
Tiempo: Atracar en islas donde las tortugas copulan
bajo el puro lomo de los ángeles sedados por la sal,
viajar despacio para llegar deprisa a la ceniza
Mar: Del agua venimos y al agua hemos de volver,
ataúd que sobrevive, en la vitrina se pudre el alma,
se convierte en pez, venid a besarlo, venid
Amor: Fornicar con un espejismo en el desierto,
tener hijos con la soledad para poblar el desierto
Final: Las heces, lo mismo que los muertos,
deben enterrarse bajo la arena para evitar
que se amotinen y nos recuerden lo que somos | es |
Rugeles,Manuel_Felipe | <XXI | Tu_Vida_Tuvo_El_Signo_De_La_Hoguera | Tu vida tuvo el signo de la hoguera.
Soñador, camarada, combatiente,
fueron hierro tu sueño y tu quimera
sobre la fragua roja de tu frente.
Recogías la espiga en primavera
cuando a tiempo regabas la simiente.
Labrador de tu propia sementera
quisiste serlo honrada y libremente.
Pero llegó la sangre sobre España.
Y fue tu corazón lo que hemos visto,
cercenado de luz y de guadaña:
girasol encendido sobre un canto
de amor al hombre, al olvidado Cristo,
que en la arena y el mar vierte su llanto. | es |
Ruiz,Juan | <XXI | Con_La_Açidya_Traes_Estos_Males_Atantos | Con la açidya traes estos males atantos,
muchos otros pecados, antojos e espantos:
nunca te pagas de omes castos, diños e santos.
a los tuyos das obras de males e quebrantos:
El ome por tus obras es mintroso e perjuro,
por conplyr tu deseo fázeslo herege duro;
más cree tus lysonjas el neçio hadeduro,
que non la fe de Díos: ¡vete, yo te conjuro!
Non te quiero, Amor, nin al sospiro, tu fijo,
fázesme andar de balde e díjome, dijo, dijo;
tanto más me aquexas quanto yo más aguijo,
non val' tu vanagloria un vil grano de mijo.
Non as miedo nin verguença de rey nin de reyna,
múdaste do te pagas cada día ayna,
huésped eres a muchos, non duras so cortina:
como el fuego te andas de veçina en veçina.
Con tus muchas promesas a munchos envelyñas,
en cabo son muy pocos a quien bien adelyñas,
non te menguan lysonjas más que fojas en vyñas,
más traes neçios locos que hay pyñones en
piñas.
Fazes como golhin en tu falsa manera:
atalayas de lueñe e caças la primera,
a la que matar quieres, ssácasla de carrera,
de logar encobyerto sacas çelada afuera.
Tyene ome su fija de coraçón amada,
loçana e bien fermosa, de muchos deseada;
con vyçyos es criada, ençerrada e guardada;
do cuyda tener algo en ella, non tyene nada.
Cuydan la cassar bien, como las otras gentes,
porque se onrren della su padre e sus parientes:
como mula camuçia agusa rrostro e dientes,
remeçe la cabeça, a diablos tiene mientes.
Tú le rruys a la oreja e dasla mal conssejo,
que faga tu mandato e sigua tu trebejo:
los cabellos en trença, el peynde e el espejo;
¡tal amigo non ay nin es della parejo!
El coraçón le tornas de mill guisas a la ora:
ssy oy cassar la quieren, cras d' otro s' enamora;
a las vezes en saya, otras en alcandora,
remírase la loca do tu locura mora.
El que más a ty cree, anda más por mal cabo:
a ellos e a ellas, a todos das mal cabo,
de pecado dañoso, de ál non te alabo,
tristeza e flaqueza, ál de ty non recabo.
Das muerte perdurable a las almas que fieres,
das muchos enemigos al cuerpo que rrequieres,
fazes perder la fama al que más amor dieres,
a Dios pierde e al mundo, Amor, el que más quieres.
Destrues las personas, los averes astragas,
almas, cuerpos e algos como uerco las tragas,
de todos tus vassallos fazes neçios faldragas,
prometes grandes cosas; poco e tarde pagas.
Eres muy grand gigante al tienpo del mandar,
eres enano chico, quando lo as de dar:
luego de grado mandas; bien te sabes mudar:
tarde das e amidos; byen quieres demandar.
De la loçana fazes muy nesçia e muy boba,
fazes con tu grand fuego, como faze la loba,
al más astroso lobo, al enatío ajoba;
aquel da de la mano e de aquel s' encoba.
Asi muchas fermosas contigo se enartan,
con quien se les antoja, con aquel se apartan.
Quier feo, quier enatío; aguisado non catan:
quanto más a ty creen, tanto peor baratan.
Fazes por muger fea perder ome apuesto,
piérdese por vil ome dueña de grand rrepuesto.
Plázete con qualquier, do el ojo as puesto:
byen te puedo dezir antojo por denuesto.
Manera as de diablo: a doquier que tu mores,
fazes tenblar los omes, demudar las colores,
perder seso e fabla, sentyr muchos dolores:
trayes los omes çiegos, que oyen tus loores.
Al bretador semejas, quando tañe su brete:
canta con dulçe engaño; al ave pone abeyte,
fasta que l' echa el laço, quando'l pie dentro mete;
assegurando matas: ¡quítate de mí, vete! | es |
Herrera_y_Reissig,Julio | <XXI | Y_Una_Violeta_Llenó | Y una violeta llenó
el alma de la tarde.
Morían llenos de clamor los sotos,
y érase en aquel rincón exiguo,
un misterioso malestar ambiguo
de dichas y de ayes muy remotos.
¡Oh, cartas!..., en el cenador contiguo
las dalias recordaron nuestros votos
cual si se condolieran de los rotos
castillos blancos de papel antiguo...
La tarde saturóse en la glorieta,
de tu pañuelo suave de violeta;
al par que sugiriendo tus agravios,
veló el cielo, como alma de reproche,
la violeta cordial que aquella noche
suspendí de la gracia de tus labios. | es |
Borges,Jorge_Luis | <XXI | Grata_La_Voz_Del_Agua | Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.
Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | Tú,_En_Cambio,_Sí_Que_Podrías_Quererme | Tú, en cambio, sí que podrías quererme;
tú, a quien no amo.
A veces me quedo mirando tus ojos, ojos grandes, oscuros;
tu frente pálida, tu cabello sombrío,
tu espigada presencia que delicadamente se acerca en la tarde,
sonríe,
se aquieta y espera con humildad que mi palabra le aliente.
Desde mi cansancio de otro amor padecido
te miro, oh pura muchacha pálida que yo podría amar y no amo.
Me asomo entonces a tu fina piel, al secreto visible de
tu frente donde yo sé que habito,
y espío muy levemente, muy continuadamente, el brillo rehusado de tus ojos,
adivinando la diminuta imagen palpitante que de mí sé que llevan.
Hablo entonces de ti, de la vida, de tristeza, de tiempo...,
mientras mi pensamiento vaga lejos, penando allá donde vive
la otra descuidada existencia por quien sufro a tu lado.
Al lado de esta muchacha veo la injusticia del amor.
A veces, con estos labios fríos te beso en la frente, en súplica
helada, que tú ignoras, a tu amor: que me encienda.
Labios fríos en la tarde apagada. Labios convulsos, yertos, que tenazmente ahondan
la frente cálida, pidiéndole entero su cabal fuego perdido.
Labios que se hunden en tu cabellera negrísima,
mientras cierro los ojos,
mientras siento a mis besos como un resplandeciente cabello rubio donde quemo mi boca.
Un gemido, y despierto, heladamente cálido, febril, sobre el
brusco negror que, de pronto, en tristeza a mis labios sorprende.
Otras veces, cerrados los ojos, desciende mi boca triste
sobre la frente tersa,
oh pálido campo de besos sin destino,
anónima piel donde ofrendo mis labios como un aire sin vida,
mientras gimo, mientras secretamente gimo de otra piel que quemara.
Oh pálida joven sin amor de mi vida,
joven tenaz para amarme sin súplica,
recorren mis labios tu mejilla sin flor,
sin aroma, tu boca sin luz,
tu apagado cuello que dulce se inclina,
mientras yo me separo, oh inmediata que yo no pido,
oh cuerpo que no deseo,
oh cintura quebrada, pero nunca en mi abrazo.
Echate aquí y descansa de tu pálida fiebre.
Desnudo el pecho, un momento te miro.
Pálidamente hermosa, con ojos oscuros,
semidesnuda y quieta, muda y mirándome,
¡Cómo te olvido mientras te beso! El pecho
tuyo mi labio acepta, con amor, con tristeza.
Oh, tú no sabes... Y doliente sonríes.
Oh, cuánto pido que otra luz me alcanzase. | es |
Meléndez_Valdés,Juan | <XXI | Dicen_Que_Alegre_Canto | «Dicen que alegre canto
tan amorosos versos,
cual nuestros viejos tristes
nunca cantar supieron.
»Pero yo, que sin sustos
pretensiones ni pleitos
vivo siempre entre danzas
retozando y bebiendo,
»¿puedo acaso afligirme?
¿Pueden mis dulces metros
no sacar los ardores
de Cupido y Lïeo?
»¿Por qué los que me culpan,
de vil codicia ciegos
inicuos atesoran
y gozan con recelo?
»¿Por qué en fatal envidia
hierven y horror sus pechos,
cuando riente el mío
nada en genial contento?
»¿Por qué afanados velan
mientras que en paz yo duermo,
tras el fugaz fantasma
de la ambición corriendo?
»Bien por mí seguir puede
cada cual su deseo,
pero yo antes que al oro
a los brindis me atengo,
»y antes que a negras iras
o a deleznables puestos,
a delicias y gozos
libre daré mi pecho.
»Vengan, pues, vino y rosas,
que mejor que no duelos
son los sorbos süaves
con que alegre enloquezco».
Así a Dorila dije,
que festiva al momento
me dio llena otra copa
gustándola primero.
Y entre mimos y risas
con semblante halagüeño
respondiome: «¿Qué temes
la grita de los viejos?
»Bebamos si nos riñen,
bebamos y bailemos,
que de tus versos dulces
yo sola juzgar debo». | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Flavos_Iris_De_Luz_Dan_A_Lo_Inmenso | Flavos iris de luz dan a lo inmenso
de la noche estelar, pasmo profundo.
El corazón descansa, y como el mundo,
sobre la soledad está suspenso.
Crece mi sed de eternidad, y pienso
que el esplendor divino en que me hundo,
es como el agua al labio sitibundo
y al fuego del amor pálido incienso.
En viva soledad de prez oculta,
su elevación mi espíritu sepulta.
Como estrella en lúcido capuz
de albo fulgor y arrebolada nube,
tiembla, se abisma, y solitario sube
hacia el claro misterio de la luz. | es |
Hartzenbusch,Juan_Eugenio | <XXI | Murió._—Cual_Yerto_Quédase | Murió. —Cual yerto quédase,
Dado el postrer latido,
Del alma excelsa huérfano,
El cuerpo sin sentido,
Tal con la nueva atónito
El universo está.
La hora contemplan última
Del hombre del destino,
Y dudan que en el cárdeno
Polvo de su camino
Pie de mortal imprímase,
Que le semeje ya.
Le vi en el trono fúlgido
Y fue mi lengua muda;
Cayó, se alzó, y postráronle
Por fin en lid sañuda;
Y al recio grito múltiple
Voz no añadí jamás.
Virgen de injuria pérfida
Y encomio lisonjero,
Mi Musa, cuando súbito
Se oculta el gran lucero,
Rinde a la tumba un cántico,
No efímero quizás.
Del Alpe a las Pirámides,
Del Rhin al Guadarrama,
Lanzó tras el relámpago
Él la celeste llama:
Hirió de Scila el Tánaïs,
Y de uno al otro mar.
Si esto fue gloria, júzguelo
Futura edad; la nuestra
Humíllese al Altísimo,
Que dilatada muestra
De su potente espíritu
Quiso en el hombre dar.
El zozobroso júbilo
Que un gran designio cría,
Los indomables ímpetus
De quien reinar ansía,
Y obtiene lo que fuérale
Vedado imaginar.
Todo lo tuvo: obstáculos
Grandes y grande gloria,
Y proscripción y alcázares,
La fuga y la victoria;
Se vio dos veces ídolo,
Dos pereció su altar.
Dos siglos combatíanse
Cuando su voz oyeron,
Y a él como a ley fatídica
Sumisos acudieron:
Callar les hizo, y árbitro
Sentose entre los dos.
Y de honda envidia y lástima
Objeto en su caída,
Cerrada en breve círculo
Desperdició su vida,
Odio y amor sin límite
De sí dejando en pos.
Envuelve y hunde al náufrago
Ola que, alzándole antes,
Dejaba que en el piélago
Con ojos anhelantes
Buscara en vano el mísero
Tierra distante de él.
Así abismaba al héroe
Tanto recuerdo amargo:
Él de historiarse impúsose
Mil veces el encargo,
Y mil cayole inválida
La mano en el papel.
Mil veces, ¡ay! al tétrico
Fin de inactivo día,
Bajas las ígneas órbitas,
Brazos con pecho unía,
Y le asaltó en imágenes
El esplendente ayer.
Y vio las tiendas móviles,
Y armas la luz volviendo,
Y el galopar belígero
Valles henchir de estruendo,
Las imperiosas órdenes
Y el pronto obedecer.
Quizás, ¡ay! de la pérdida
Rendido al desconsuelo,
Desesperó; mas próvida
Mano llegó del cielo,
Y a la región vivífica
Piadosa le llevó.
Donde floridos tránsitos
Ofrece la esperanza
Al campo en que magnífico
Premio sin fin se alcanza,
Y noche muda tórnase
La gloria que pasó.
Bella, inmortal, benéfica
Fe, por do quier triunfante,
De un nuevo triunfo alégrate:
Cerviz más arrogante
Al deshonor del Gólgota
Nunca se doblegó.
Libra los restos flébiles
Tú de injurioso acento:
Dios que alza y postra, dándonos
Tribulación y aliento,
Ya solitario el túmulo,
Al lado vigiló. | es |
Salinas,Pedro | <XXI | La_Voz_A_Ti_Debida_(Versos_611_A_654) | Amor, amor, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a techos
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales. Andas, ando
por entre escombros
de estíos y de inviernos
derrumbados. Se extinguen
las normas y los pesos.
Toda hacia atrás la vida
se va quitando siglos,
frenética, de encima;
desteje, galopando,
su curso, lento antes;
se desvive de ansia
de borrarse la historia,
de no ser más que el puro
anhelo de empezarse
otra vez. El futuro
se llama ayer. Ayer
oculto, secretísimo,
que se nos olvidó
y hay que reconquistar
con la sangre y el alma,
detrás de aquellos otros
ayeres conocidos.
¡Atrás y siempre atrás!
¡Retrocesos, en vértigo,
por dentro, hacia el mañana!
¡Que caiga todo! Ya
lo siento apenas. Vamos,
a fuerza de besar,
inventando las ruinas
del mundo, de la mano
tú y yo
por entre el gran fracaso
de la flor y del orden.
Y ya siento entre tactos,
entre abrazos, tu piel,
que me entrega el retorno
al palpitar primero,
sin luz, antes del mundo,
total, sin forma, caos. | es |
Sabines,Jaime | <XXI | Como_Ahora_No_Hay_Maestros | Como ahora no hay maestros ni alumnos, el alumno preguntó a la pared: ¿qué es la sabiduría? Y la pared se hizo transparente. | es |
Rojas,Gonzalo | <XXI | Oscuridad_Hermosa | Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.
Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.
Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera. | es |
Salinas,Juan_de | <XXI | Romance_En_Endechas | La moza gallega
que está en la posada,
subiendo maletas
y dando cebada,
penosa se sienta
encima de un arca,
por ver ir un huésped
que tiene en el alma,
mocito espigado,
de trenza de plata,
que canta bonito
y tañe guitarra.
Con lágrimas vivas
que al suelo derrama,
con tristes suspiros,
con quejas amargas,
del pecho rabioso
descubre las ansias.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
penosa se sienta
encima de un arca,
por ver ir un huésped
que tiene en el alma,
mocito espigado,
de trenza de plata,
que canta bonito
y tañe guitarra.
Con lágrimas vivas
que al suelo derrama,
con tristes suspiros,
con quejas amargas,
del pecho rabioso
descubre las ansias.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
mocito espigado,
de trenza de plata,
que canta bonito
y tañe guitarra.
Con lágrimas vivas
que al suelo derrama,
con tristes suspiros,
con quejas amargas,
del pecho rabioso
descubre las ansias.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
Con lágrimas vivas
que al suelo derrama,
con tristes suspiros,
con quejas amargas,
del pecho rabioso
descubre las ansias.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
del pecho rabioso
descubre las ansias.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
«Pensé que estuviera
dos meses de estancia,
y, cuando se fuera,
que allá me llevara.
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»Pensé que el amor
y fe que cantaba,
supiera rezado
tenello y guardalla.
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»¡Pensé que eran ciertas
sus falsas palabras!
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»Diérale mi cuerpo,
mi cuerpo de grana,
para que sobre él
la mano probara
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»y jurara a medias,
perdiera o ganara.
¡Ay Dios! si lo sabe,
¿qué dirá mi hermana?
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»Dirame que soy
una perdularia,
pues di de mis prendas
la más estimada,
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»y él va tan alegre
y más que una Pascua.
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»¿Qué pude hacer más
que darle polainas
con encaje y puntas
de muy fina holanda;
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»cocerle su carne
y hacerle su salsa;
encenderle vela
de noche, si llama,
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»y, en dándole gusto,
soplar y matalla?
¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
En esto ya el huésped
la cuenta remata,
y, el pie en el estribo,
furioso cabalga,
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
y, antes de partirse,
para consolarla,
de ella se despide
con estas palabras:
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
«Isabel, no llores;
no llores, amores.
Si por dicha lloras
porque yo no lloro,
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»sabrás que mi lloro
no es a todas horas,
y, aunque me desdoras,
otros hay peores.
»Isabel, no llores;
no llores, amores.»
»Isabel, no llores;
no llores, amores.» | es |
Borao_Llop,Sergio | XXI | Cantamos_Porque_La_Vida_Lo_Precisa | Cantamos porque la vida lo precisa.
Porque al mágico influjo de la música
las piedras del camino devienen girasoles,
porque al cantar se cauterizan las heridas
y nace entre las manos una espiga
que eleva su estatura hacia el sonido
que fluye interminable, que germina
y se expande como un polen de promesas
por la extensión sin límite del cielo.
Cantamos porque el canto es necesario.
Porque en alguna parte, alguien que sufre,
necesita los versos, las notas que tañemos,
los acordes que inventa nuestra lira.
(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)
Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.
El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.
Cantamos porque el canto es necesario.
Porque en alguna parte, alguien que sufre,
necesita los versos, las notas que tañemos,
los acordes que inventa nuestra lira.
(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)
Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.
El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.
(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)
Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.
El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.
Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.
El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.
El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.
Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | El_Agua_Y_El_Jabón | —¡Ay! qué mugriento vienes.
Dijo el Agua al Jabón.
—Sí, dijo él: quien se ensucie
No se haga lavador. | es |
Hernández,Miguel | <XXI | El_Amor_Ascendía_Entre_Nosotros | El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.
El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.
El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.
Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos. | es |
Vallejo,César | <XXI | La_Muerte_De_Rodillas_Mana | La Muerte de rodillas mana
su sangre blanca que no es sangre.
Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.
Murmúrase algo por allí. Callan.
Alguien silba valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.
En tanto, el redoblante policial
(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale,
de membrana a membrana,
tas
con
tas.
Murmúrase algo por allí. Callan.
Alguien silba valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.
En tanto, el redoblante policial
(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale,
de membrana a membrana,
tas
con
tas.
En tanto, el redoblante policial
(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale,
de membrana a membrana,
tas
con
tas. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Querría,_Dios,_Querer_Lo_Que_No_Quiero | Vorrei voler, Signor, quel ch'io non voglio
Querría, Dios, querer lo que no quiero;
fundirme en Ti, perdiendo mi persona,
este terrible yo por el que muero
y que mi mundo en derredor encona.
Si tu mano derecha me abandona,
¿qué será de mi suerte? prisionero
quedaré de mí mismo; no perdona
la nada al hombre, su hijo, y nada espero.
«¡Se haga tu voluntad, Padre!» —repito—
al levantar y al acostarse el día,
buscando conformarme a tu mandato,
pero dentro de mí resuena el grifo
del eterno Luzbel, del que quería
ser, ser ce veras, ¡fiero desacato!
Querría, Dios, querer lo que no quiero; | es |
Castro,Rosalía_de | <XXI | Tras_De_Inútil_Fatiga,_Que_Mis_Fuerzas_Agota | Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
siempre serena y pura,
y con mirada incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en la vía arenosa y desierta.
De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
gallardamente arranca al pie de la vereda
la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la ancha vega por vivo sol bañada
que las pupilas ciega,
atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.
Como un eco perdido, como un amigo acento
que sueña
cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en alas del viento y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y santas alegrías.
Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
Fondóns cerca
descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
donde de los vencejos que vuelan en la altura,
la sombra se refleja;
y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
por entre la verdura de la frondosa orilla. | es |
Casal,Julián_del | <XXI | Rasgando_Las_Neblinas_Del_Invierno | Rasgando las neblinas del Invierno
Como velo sutil de níveo encaje,
Apareces envuelta en el ropaje
Donde fulgura tu verdor eterno.
El cielo se colora de azul tierno,
De rojo el Sol, de nácar el celaje,
Y hasta el postrer retoño del boscaje
Toma también tu verde sempiterno.
¡Cuán triste me parece tu llegada!
¡Qué insípidos tus dones conocidos!
¡Cómo al verte el hastío me consume!
Muere al fin, creadora ya agotada,
O brinda algo de nuevo a los sentidos...
¡Ya un color, ya un sonido, ya un perfume! | es |
Cetina,Gutierre_de | <XXI | Sobre_La_Cubierta_De_Un_Libro_Donde_Iban_Escriptas_Algunas_Cosas_Pastoriles | Esta guirnalda de silvestres flores,
de simple mano rústica compuesta
en los bosques de Arcadia, aquí fue puesta
en honra del cantar de los pastores,
a los cuales, si Amor en sus amores
quiera jamás negar demanda honesta,
ruego, si bien el don tan bajo cuesta,
pueda este olmo gozar de mis sudores.
Que si algún tiempo con más docta mano
las acierto a tejer como maestro,
guardando a los pasados el decoro,
espero, y mi esperar no será en vano,
que el nombre pastoral del siglo nuestro
será tal cual fue ya en la Edad del Oro. | es |
Caro,Miguel_Antonio | <XXI | Las_Aves | ¡Aves! ¿Dó vais cruzando la alta esfera
Risueña limpia y clara?
¡Ay! ¡quién como vosotras libre fuera!
¡Quién cual vosotras, ay, el vuelo alzara!
Blancos y deliciosos pensamientos
Despertáis en el alma:
Cuando os mecéis sobre los mansos vientos
Cual la esperanza sois que boga en calma.
Y cuando descendéis apresuradas
Sois cual las ilusiones
¡Ah! de puro atrevidas, disipadas
Del porvenir abierto en las regiones.
Va a perderse el incienso allá en el cielo,
Y allá en la mar el río;
No se dónde, siguiendo vuestro vuelo.
Vuela a perderse el pensamiento mío.
Para la eterna inmensidad nacida
Gime el alma y quisiera
En edades lanzarse sin medida,
En espacios hundirse sin ribera.
Por eso amar, volar nos place tanto:
El que ama, los lugares
Y el tiempo olvida. ¿Qué es el desencanto
Sino al fondo bajar de los pesares
Y volver a contar menguadas horas?
¡Ay, aves pasajeras
De tristeza y amor inspiradoras,
De adioses y esperanzas mensajeras!
Os sigo con la vista; ya no os veo
Y miro todavía;
Que absorta en la ilusión de su deseo
Os busca el alma en la región vacía.
Sombra y esclavitud cubren el suelo;
Siguiendo vuestro giro
La alegre libertad que hay en el cielo
Gozo un instante, pues gozarla os miro. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | En_La_Era | El chicuelo ha salido. Durmió, durmió en la era.
Su rizosa cabeza descansó entre la paja: en lo rubio lo oscuro.
Como un fruto nativo, que delicada cubre
esa masa amarilla, casi volante, y quieta...
Allí suelto ese cuerpo como un don, reposado,
allegado a la noche, bajo las altas lumbres.
Polvo, tamo de estrellas, con el bieldo arrojado
y allí aéreo aún, brillante.
El chiquillo dormita, duerme fuerte: es aún joven.
Más que joven: un niño. Lisa su cara, breve
su corpezuelo suelto, desnudo el pie, y la pana,
corta, cubriendo apenas la infantil pierna extensa.
Se levantó temprano, salió: el sol aún oculto.
Allá abajo las bestias. El con su vara: ¡Hala!
Signo verde en el aire. Y el carro, una mies viva.
Más allá los rodales. El niño trilla: engancha.
Bate la vara: ¡Hala! Como en nieve amarilla.
Allí los cuarzos rompen las espigas cargadas.
Crujen los tallos, quiébranse y heridor suena el trillo,
la tabla que navega sobre ese mar domado,
sufrido. El niño, coronante, bracea.
Los mulos casi ardidos en corceles se apuran,
rojo el sol quema, y arde ese cabello y suda
ese pecho y empapa la tela rota, y ronco
sale el grito: «¡Lucero! ¡Leal!» Y el tronco
vuela.
La jornada no acaba. El niño fue ese infante
casi mítico, casi sobre un mar dominado,
con tritones y concha: un Neptuno, y las olas.
La mañana era joven. Largo el día. El sol fuerte.
Y a la noche era un niño, solo un niño cansado,
estrujado. Y dormía.
Y la espuma —la paja triturada, ahora obrada—
recogía esa masa. Las estrellas, arriba. | es |
Parra,Nicanor | <XXI | Tiempos_Modernos | Atravesamos unos tiempos calamitosos
imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción
imposible callar sin hacerse cómplice del Pentágono.
Se sabe perfectamente que no hay alternativa posible
todos los caminos conducen a Cuba
pero el aire está sucio
y respirar es un acto fallido.
El enemigo dice
es el país el que tiene la culpa
como si los países fueran hombres.
Nubes malditas revolotean en torno a volcanes malditos
embarcaciones malditas emprenden expediciones malditas
árboles malditos se deshacen en pájaros malditos:
todo contaminado de antemano. | es |
Paz,Octavio | <XXI | Las_Horas,_Su_Intangible_Pesadumbre | Las horas, su intangible pesadumbre,
su peso que no pesa, su vacío,
abigarrado horror, la sed que expío
frente al espejo y su glacial vislumbre,
mi ser, que multiplica en muchedumbre
y luego niega en un reflejo impío,
todo, se arrastra, inexorable río,
hacia la nada, sola certidumbre.
Hacia mí mismo voy; hacia las mudas,
solitarias fronteras sin salida:
duras aguas, opacas y desnudas,
horadan lentamente mi conciencia
y van abriendo en mí secreta herida,
que mana sólo, estéril, impaciencia. | es |
Coronado,Carolina | <XXI | La_Nueva_Infantil | Emilio, ¿qué ha sucedido?
¿qué me tienes que decir?
¿qué ha pasado? ¿qué has oído?
¿dónde anduviste perdido?
¿cómo tardaste en venir?
¡Nada tienes que contarme!
¡no tiene, Emilio, tu boca
un tierno beso que darme!
¡Emilio, quieres quitarme
ese beso que me toca!
¿Que en tu boquita sencilla
busquen un mismo placer
dos almas te maravilla?
¿No van a la fuentecilla
dos pájaros a beber?
¿Y dime qué más supiste?
¿Tú le miraste muy fijo
y estaba, Emilio, muy triste?
¿Eso pasó? ¿Y qué más dijo?
¿Y tú que le respondiste?...
¿Tú también le acariciaste?
¡Conque me amabas así!-
¿Un abrazo? ¿Y le besaste?
Y luego en fin le dejaste
para contármelo a mí...
¡Deja que te sienta unido
por esa dichosa nueva
contra el pecho y comprimido,
y que los labios te beba
en el beso que te pido! | es |
Borges,Jorge_Luis | <XXI | Tenue_Rey,_Sesgo_Alfil,_Encarnizada | En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías? | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | La_Tristeza_Del_Inca | Este era un Inca triste de soñadora frente,
ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su imperio buscando inútilmente
a una doncella hermosa y enamorada dél.
Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;
fue dejando despojos sobre cada sendero;
y las nieves más altas con su sangre manchó.
Tal sus flechas cruzaron invioladas regiones,
en que apenas los ríos se atrevían a entrar;
y tal fue derramando sus heroicas legiones
de la selva a los Andes, de los Andes al mar.
Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,
una vez y otra y otra, de región en región;
porque cuando salía victorioso lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.
Y cansado de sólo levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin;
pero no logró nada disipar su tristeza:
ni la sangre del choque, ni el licor del festín.
Nadie entraba en el fondo de su espíritu oculto:
ni las cándidas ñustas de dinástico rol,
ni las sciris de Quito consagradas al culto,
ni del Cuzco tampoco las vestales del Sol.
Fue llamado el más viejo sacerdote.
—«Adivina
este mal que me aqueja y el remedio del mal».—
Dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina
a aquel joven monarca displicente y sensual.
—«¡Ay! Señor —dijo el viejo sacerdote—. Tus penas
remediarse no pueden. Tu pasión es mortal.
La mujer que has ideado tiene añil en las venas.
un trigal en los bucles y en la boca un coral.
»¡Ay! Señor: cierto día vendrán hombres muy blancos
Ha de oírse en los bosques el marcial caracol;
cataratas de sangre colmarán los barrancos;
y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.
»La mujer que has ideado pertenece a tal raza.
Vanamente la buscas en tu innúmera grey;
y servirle no pueden oración ni amenaza,
porque tiene otra sangre y otro dios y otro rey»—
Cuando el rito sagrado le mandó optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor;
y aquel joven monarca so enterró en una fosa
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.
Castellana: tú ignoras todo el mal que me has hecho.
Castellana: recuerda que nací en el Perú.
La tristeza del Inca va llenando mi pecho;
¡y quién sabe... quién sabe si la rubia eres tú! | es |
Caro,Miguel_Antonio | <XXI | Tu_Gloria_¡Oh_Corazón!_Tu_Dicha_Labras | Tu gloria ¡oh corazón! tu dicha labras
Si rindes al amor culto sencillo;
Mas el amor no es obra de palabras,
Ni es terreno oropel su casto brillo.
En el templo de amor hay sola un ara
Y un solo don que se ofrece a toda hora;
Caridad es el don que se prepara
Y es la verdad el ara que se adora.
Entre el necio tropel del mundo vano
Simpatizan tal vez dos corazones;
¡Dichosos ellos si invisible mano
Para encontrarse les brindó ocasiones!
Mas ¡tristes, si con esta simpatía
Aportan a su unión mutuo recelo!
En infierno tal vez se cambiaría,
Si turbase al amor la duda, el cielo.
¿Quién en los bosque al buscar madera
Los árboles elige por la hoja?
El árbol bueno es bueno en primavera
Y cuando de sus galas se despoja.
El tronco, —el corazón—, es lo importante,
¡Oh! nunca juzgues mal del que bien siente
Porque esto dijo o hizo tal semblante:
¿Tienes su corazón ? Eso no miente.
¿Y a qué es interpretar tal voz, tal ceño?
¿Ha menester de intérprete el cariño?
No es mejor clima el cielo más risueño.
Yo amo en los hombres el candor del niño.
Culpable es quien no sabe retirarse
Con causa, y quien por causa vil se aleja;
Huya el amor cuando hay de qué quejarse,
Mas cuando hay mutuo amor, calle la queja.
Di al que amas la verdad, y por tu parte
Perder no temas si te ve un defecto;
Prr cura ser mejor, no disfrazarte;
Dios ve más, y es su amor el más perfecto.
Por eso huyendo muchos de este mundo,
Más que los males, la inquietud que esconde,
Buscaron el amor santo y profundo
Que en silencio recibe y corresponde.
Fe y amor: la ventura aquí se encierra.
Si hubiese más amor, menos recelo,
Tal vez, aun con sus lágrimas, la tierra
De purgatorio se cambiara en cielo. | es |
Pizarnik,Alejandra | <XXI | Alguna_Vez,_Tal_Vez,_Encontraremos_Refugio_En_La_Realidad_Verdadera | Alguna vez, tal vez, encontraremos refugio en la realidad verdadera. Entretanto ¿puedo decir hasta qué punto estoy en contra?
Te hablo de la soledad mortal. Hay cólera en el destino porque se acerca, entre las arenas y las piedras, el lobo gris. ¿Y
entonces? Porque romperá todas las puertas, porque sacará afuera a los muertos para que devoren a los vivos, para que sólo
haya muertos y los vivos desaparezcan. No tengas miedo del lobo gris. Yo lo nombré para comprobar que existe y porque hay una
voluptuosidad inadjetivable en el hecho de comprobar.
Las palabras hubieran podido salvarme, pero estoy demasiado viviente. No, no quiero cantar muerte. Mi muerte... el lobo gris... la matadora
que viene de la lejanía... ¿No hay un alma viva en esta ciudad? Porque ustedes están muertos. ¿Y qué
espera puede convertirse en esperanza si está todos muertos? ¿Y cuándo vendrá lo que esperamos?
¿Cuándo dejaremos de huir? ¿Cuándo ocurrirá todo esto? ¿Cuándo? ¿Dónde?
¿Cómo? ¿Cuánto? ¿Por qué? ¿Para quién? | es |
Heredia,José_María | <XXI | Proyecto | De un mundo débil, corrompido y vano
Menosprecié la calma fastidiosa,
Y amé desde mi infancia tormentosa
Las mujeres, la guerra, el Oceano.
¡El Océano!... ¿Quién que haya sentido
Su pulso fuertemente conmovido
Al danzar en las olas agitadas,
Olvidarlo podrá? Si el despotismo
Al orbe abruma con su férreo cetro,
Será mi asilo el mar. Sobre su abismo
De noble orgullo y de venganza lleno,
Mis velas desplegando al aire vano,
Daré un corsario más al Oceano,
Un peregrino más a su hondo seno.
Y ¿por qué no? Cuando la esclava tierra
Marchita y devorada
Por el aliento impuro de la guerra,
Doblando al yugo la cerviz domada
Niegue al valor asilo,
Yo en los campos del piélago profundo
Haré la guerra al despotismo fiero.
Libre y altivo en el sumiso mundo.
De la opresión sangrienta y coronada
Ni temo al odio, ni al favor impetro.
Mi rojo pabellón será mi cetro
Y mi dominio mi cubierta armada.
Cuando los aristócratas odiosos,
Vampiros de mi patria despiadados,
Quieran templar sus nervios relajados
Por goces crapulosos,
En el aire genial del Oceano,
Sobre ellos tenderé mi airada mano,
Como águila feroz sobre la presa.
Sufrirán servidumbre sin combate,
Y opulento rescate
Partirán mis valientes compañeros.
Bajo del yugo bárbaro que imponen
A la igualdad invocarán: vestidos
Con el tosco buriel de marineros,
Me servirán cobardes y abatidos.
Pondré a mis plantas su soberbia fiera,
Temblarán mis enojos,
Y ni a fijar se atreverán los ojos
Sobre mi frente pálida y severa. | es |
Flórez,Julio | <XXI | Veo_Como_A_Través_De_Un_Esmeralda | Veo como a través de un esmeralda
gigantesca, el confín del horizonte:
allá, un risco y después, de un alto monte
una casita entre la verde falda.
Y pienso —con el alma estremecida—
¡Cuán feliz fuera yo, tú, cuán dichosa,
si en aquella casita silenciosa,
pudiéramos vivir... toda la vida! | es |
Anónimo_y_Romancero | <XXI | Romance_De_La_Loba_Parda | Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada,
las cabrillas altas iban y la luna rebajada;
mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.
Vide venir siete lobos por una oscura cañada.
Venían echando suertes cuál entrará a la majada;
le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos como punta de navaja.
Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada;
a la otra vuelta que dio, sacó la borrega blanca,
hija de la oveja churra, nieta de la orejisana,
la que tenían mis amos para el domingo de Pascua.
—¡Aquí, mis siete cachorros, aquí, perra trujillana,
aquí, perro el de los hierros, a correr la loba parda!
Si me cobráis la borrega, cenaréis leche y hogaza;
y si no me la cobráis, cenaréis de mi cayada.
Los perros tras de la loba las uñas se esmigajaban;
siete leguas la corrieron por unas sierras muy agrias.
Al subir un cotarrito la loba ya va cansada:
—Tomad, perros, la borrega, sana y buena como estaba.
—No queremos la borrega, de tu boca alobadada,
que queremos tu pelleja pa' el pastor una zamarra;
el rabo para correas, para atacarse las bragas;
de la cabeza un zurrón, para meter las cucharas;
las tripas para vihuelas para que bailen las damas. | es |
Bernárdez,Francisco_Luis | <XXI | Iluminaba_A_Mi_Amor | Iluminaba a mi amor
tu amor, pero no sabía
mi amor, cuando se encendía,
que su sombra era mayor.
No sabía, ciego por
la luminosidad mía,
que tu luz ensombrecía
mi mediodía de amor.
Ahora mi noche expía
su pecado de ser día,
sin consolación mejor
que pensar si, todavía,
Su totalidad sombría
será sombra de tu amor. | es |
Aridjis,Homero | <XXI | Sol | Ojo viviente Corazón del cielo
Vas
por este cielo antiguo con proporción musical | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | Mi_Corazón_Retrógrado | Mi corazón retrógrado
ama desde hoy la temerosa fecha
en que surgiste con aquel vestido
de luto y aquel rostro de ebriedad.
Día 13 en que el filo de tu rostro
llevaba la embriaguez como un relámpago
y en que tus lúgubres arreos daban
una luz que cegaba al sol de agosto,
así como se nubla el sol ficticio
en las decoraciones
de los Calvarios de los Viernes Santos.
Por enlutada y ebria simulaste,
en la superstición de aquel domingo,
una fúlgida cuenta de abalorio
humedecida en un licor letárgico.
¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
Día 13 en que el filo de tu rostro
llevaba la embriaguez como un relámpago
y en que tus lúgubres arreos daban
una luz que cegaba al sol de agosto,
así como se nubla el sol ficticio
en las decoraciones
de los Calvarios de los Viernes Santos.
Por enlutada y ebria simulaste,
en la superstición de aquel domingo,
una fúlgida cuenta de abalorio
humedecida en un licor letárgico.
¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
Por enlutada y ebria simulaste,
en la superstición de aquel domingo,
una fúlgida cuenta de abalorio
humedecida en un licor letárgico.
¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero,
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cénit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido... | es |
Benedetti,Mario | <XXI | Ojos_De_Buey | Cada vez que miro por el ojo de buey
veo un mar distinto a cualquier otro mar
no sé si es que el mar cambia mi mirada
o si es mi mirada la que transforma al mar
cada barco tiene sus bueyes de ojo único
bueyes tuertos que añoran su tristeza verde
en cambio el buey que tiene
su auténtica pradera
mira con sus dos ojos
y nunca añora el mar
cada vez que miro por el ojo de buey
veo un mar distinto a cualquier otro mar
pero a medida que pasan inviernos y oleajes
acecho con mi propio ojo de buey
mi propio y fatigado ojo de buey
y sin pudor añoro
el herbazal tan verde
de aquel viejo amor joven
su alegre novillada | es |
García_Lorca,Federico | <XXI | Los_Encuentros_De_Un_Caracol_Aventurero | Hay dulzura infantil
En la mañana quieta.
Los árboles extienden
Sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
Cubre las sementeras,
Y las arañas tienden
Sus caminos de seda
—Rayas al cristal limpio
Del aire—.
En la alameda
Un manantial recita
Su canto entre las hierbas
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Ignorado y humilde,
El paisaje contempla.
La divina quietud
De la naturaleza
Le dio valor y fe,
Y olvidando las penas
De su hogar, deseó
Ver el fin de [la] senda.
Echó andar e internóse
En un bosque de yedras
Y de ortigas. En medio
Había dos ranas viejas
Que tomaban el sol,
Aburridas y enfermas.
Esos cantos modernos,
Murmuraba una de ellas,
Son inútiles. Todos,
Amiga, le contesta
La otra rana, que estaba
Herida y casi ciega:
Cuando joven creía
Que si al fin Dios oyera
Nuestro canto, tendría
Compasión. Y mi ciencia,
Pues ya he vivido mucho,
Hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Echó andar e internóse
En un bosque de yedras
Y de ortigas. En medio
Había dos ranas viejas
Que tomaban el sol,
Aburridas y enfermas.
Esos cantos modernos,
Murmuraba una de ellas,
Son inútiles. Todos,
Amiga, le contesta
La otra rana, que estaba
Herida y casi ciega:
Cuando joven creía
Que si al fin Dios oyera
Nuestro canto, tendría
Compasión. Y mi ciencia,
Pues ya he vivido mucho,
Hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Esos cantos modernos,
Murmuraba una de ellas,
Son inútiles. Todos,
Amiga, le contesta
La otra rana, que estaba
Herida y casi ciega:
Cuando joven creía
Que si al fin Dios oyera
Nuestro canto, tendría
Compasión. Y mi ciencia,
Pues ya he vivido mucho,
Hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? —dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla. | es |
García_Montero,Luis | <XXI | Ella_Me_Besa,_Marca_La_Sonrisa | Ella me besa, marca la sonrisa
y viaja por los labios al pasado
con el adorno de sus sentimientos,
lujosa y encendida como un árbol
de navidad, paloma
de amistades difíciles
que abriga con recuerdos lo que duele
por demasiado frío en el presente.
Ayer te vimos por televisión,
no vas a cambiar nunca.
Él mide las palabras y me tiende la mano:
hubiese preferido no encontrarme.
Seguro como un pino del norte en su montaña,
vigila los recodos, las umbrías,
y sólo se interesa por el rumbo
que la vida nos marca.
Yo no pienso en traiciones, en el sucio
prestigio de sus manos.
Ãnicamente veo
estos ojos de halcón y me pregunto:
¿qué pensarán de mí?
Calle arriba, después, al despedirnos,
mi cuerpo reflejado se detiene
en los escaparates,
y con necesidad de asegurarse,
por encima de objetos de regalo,
abrigos, maletines de piel, televisores,
levanta el dedo y con temor me dice:
no vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca. | es |
Vallejo,César | <XXI | Solía_Escribir_Con_Su_Dedo_Grande_En_El_Aire: | Solía escribir con su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta. .
Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquél
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías,
sus hambres, sus pedazos.
Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo.
Pedro Rojas, así, después de muerto,
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España .
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas».
Su cadáver estaba lleno de mundo. | es |
Neruda,Pablo | <XXI | Yo_Trabajo_De_Noche,_Rodeado_De_Ciudad | Yo trabajo de noche, rodeado de ciudad,
de pescadores, de alfareros, de difuntos quemados
con azafrán y frutas, envueltos en muselina escarlata:
bajo mi balcón esos muertos terribles
pasan sonando cadenas y flautas de cobre,
estridentes y finas y lúgubres silban
entre el color de las pesadas flores envenenadas
y el grito de los cenicientos danzarines
y el creciente monótono de los tam-tam
y el humo de las maderas que arden y huelen.
Porque una vez doblado el camino, junto al turbio río,
sus corazones, detenidos o iniciando un mayor movimiento,
rodarán quemados, con la pierna y el pie hechos fuego,
y la trémula ceniza caerá sobre el agua,
flotará como ramo de flores calcinadas
o como extinto fuego dejado por tan poderosos viajeros
que hicieron arder algo sobre las negras aguas, y devoraron
un alimento desaparecido y un licor extremo. | es |
Darío,Rubén | <XXI | Oíd_El_Grito_Que_Va_Por_La_Floresta | Oíd el grito que va por la floresta
de mástiles que cubre el ancho estuario,
e invade el mar; sobre la enorme fiesta
de las fábricas trémulas de vida;
sobre las torres de la urbe henchida;
sobre el extraordinario
tumulto de metales y de lumbres
activos; sobre el cósmico portento
de obra y de pensamiento
que arde en las políglotas muchedumbres;
sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar,
sobre la blanca sierra,
sobre la extensa tierra,
sobre la vasta mar. | es |
Góngora,Luis_de | <XXI | De_Chinches_Y_De_Mulas_Voy_Comido, | De chinches y de mulas voy comido,
Las unas culpa de una cama vieja,
Las otras de un Señor que me las deja
Veinte días y más, y se ha partido.
De vos, madera anciana, me despido,
Miembros de algún navío de vendeja,
Patria común de la nación bermeja,
Que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
Tal coz el que quizá tendrá mancilla
De ver que me coméis el otro lado.
A Dios, Corte envainada en una villa,
A Dios, toril de los que has sido prado,
Que en mi rincón me espera una morcilla.
De vos, madera anciana, me despido,
Miembros de algún navío de vendeja,
Patria común de la nación bermeja,
Que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
Tal coz el que quizá tendrá mancilla
De ver que me coméis el otro lado.
A Dios, Corte envainada en una villa,
A Dios, toril de los que has sido prado,
Que en mi rincón me espera una morcilla.
Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
Tal coz el que quizá tendrá mancilla
De ver que me coméis el otro lado.
A Dios, Corte envainada en una villa,
A Dios, toril de los que has sido prado,
Que en mi rincón me espera una morcilla.
A Dios, Corte envainada en una villa,
A Dios, toril de los que has sido prado,
Que en mi rincón me espera una morcilla. | es |
Mistral,Gabriela | <XXI | Piececitos_De_Niño | Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes! | es |
Verduzco,Sergio | XXI | El_Águila_Vendrá | cuando los Pumas consuman las miradas de todos
con tan buen aliento que este incendie la esperanza.
Esa con quien convivimos a despropósito,
que no deseamos reconocer como cumbre
porque no queremos ver
que
nos circunda
y nos invita a desatarnos
de la mentalidad
siguiendo al Puma.
Porque los Pumas concluirán de reedificar la gran Tollán,
ya en ella deambulan
ronroneando con sus miradas de olfato todos los rincones
de la Gran Mole de la Pirámide;
acechando con todas sus acciones la cúspide.
Y porque todos los Pumas saben que existe tal cúspide
sabemos nosotros los mortales que El Águila existe y vendrá.
Sabemos que venimos porque nos vamos,
porque estamos fuimos y seremos en la decisión que nos hace.
Ser
y movimiento, en búsqueda de
un origen perdido con nacer.
El Águila vendrá porque existe la cumbre.
Y La Historia
es la pirámide de los hombres
en busca de un si mismo común,
entre edades de tiempo y épocas del mundo.
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
Porque los Pumas concluirán de reedificar la gran Tollán,
ya en ella deambulan
ronroneando con sus miradas de olfato todos los rincones
de la Gran Mole de la Pirámide;
acechando con todas sus acciones la cúspide.
Y porque todos los Pumas saben que existe tal cúspide
sabemos nosotros los mortales que El Águila existe y vendrá.
Sabemos que venimos porque nos vamos,
porque estamos fuimos y seremos en la decisión que nos hace.
Ser
y movimiento, en búsqueda de
un origen perdido con nacer.
El Águila vendrá porque existe la cumbre.
Y La Historia
es la pirámide de los hombres
en busca de un si mismo común,
entre edades de tiempo y épocas del mundo.
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
Y porque todos los Pumas saben que existe tal cúspide
sabemos nosotros los mortales que El Águila existe y vendrá.
Sabemos que venimos porque nos vamos,
porque estamos fuimos y seremos en la decisión que nos hace.
Ser
y movimiento, en búsqueda de
un origen perdido con nacer.
El Águila vendrá porque existe la cumbre.
Y La Historia
es la pirámide de los hombres
en busca de un si mismo común,
entre edades de tiempo y épocas del mundo.
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
Sabemos que venimos porque nos vamos,
porque estamos fuimos y seremos en la decisión que nos hace.
Ser
y movimiento, en búsqueda de
un origen perdido con nacer.
El Águila vendrá porque existe la cumbre.
Y La Historia
es la pirámide de los hombres
en busca de un si mismo común,
entre edades de tiempo y épocas del mundo.
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
El Águila vendrá porque existe la cumbre.
Y La Historia
es la pirámide de los hombres
en busca de un si mismo común,
entre edades de tiempo y épocas del mundo.
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
Los Pumas son los emisarios del Águila que habrá de venir.
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser...
Vendrá para que los Pumas queden convertidos en Tezcatlipocas,
Humeantes Espejos
Cósmicos, con la pata metida a ser mundo, origen
que se mira a si mismo en el cambio del tiempo
hecho imágenes del ser... | es |